EL MOTOR DE LA EVOLUCIÓN Y LA MUJER QUE LO SUPO VER
Mujer tenía que ser. De nombre Lynn. De vocación, estudiosa de los
procesos que la vida desarrolla para progresar y evolucionar. Margulis es la bióloga que
nos proporcionó una de las teorías más revolucionarias de la historia de la
evolución. En la década de 1960, esta bióloga estadounidense tuvo una idea
revolucionaria sobre la evolución de la vida y el origen de las células
modernas: Vio la SIMBIOSIS con el microscopio y se dio cuenta de que cada una
de nuestras células era el resultado a su vez, de la COOPERACIÓN entre otras
células más sencillas que se habían aliado para trabajar juntas. Lynn
Margulis era microbióloga, genetista no convencional, divulgadora de la
ciencia y, sobre todo, teórica de la evolución. Revolucionó la teoría de la
Evolución reivindicando que el funcionamiento de los organismos vivos en la simbiosis,
(asociación de organismos en la que hay beneficio mutuo, en la que ambos sacan
provecho de la vida en común) demuestra que la evolución ha actuado a través de
la cooperación.
Fue persona influyente en la biología del siglo XX. Y ello a pesar de que
sus propuestas (en los márgenes de la ciencia establecida) le granjearon fama
de heterodoxa, cuando no de rebelde. Dedicó
buena parte de su energía e investigaciones a proponer que la colaboración
entre especies ha sido más determinante en la evolución biológica que la competencia,
que era lo que proponía Darwin como motor de la evolución de los seres
vivos: la lucha por la vida y supervivencia del mas fuerte.
Es decir, lanza, a lo largo de toda una vida de investigación, un mensaje
netamente ecofeminista. Un mensaje
que ayuda a configurar una mirada diferente de éste mundo nuestro, y da luz a
aspectos subvalorados, pero insoslayables si se quiere un tránsito que suavice
el mas que probable colapso civilizatorio hacia el que nos dirigimos.
Margulis ha llegado a una visión holística de este mundo global en el que
todos somos interdependientes (no podemos sobrevivir aislados del resto de
nuestros semejantes o fuera de la sociedad) y, por supuesto ecodependientes (tampoco
podemos pervivir sin tener en cuenta que dependemos de los ecosistemas
naturales que son el soporte físico que nos sustenta). Las conclusiones que
saca de las investigaciones que desarrolló a lo largo de su vida nos sirven de
ejemplo para saber cómo desenvolvernos en este mundo vivo, que tanto hemos
alterado, que funciona como un sistema complejo y al que tanto hemos
perturbado.
Tuvo una cierta vinculación científica y
emocional con nuestro país. Yo la conocí, siendo estudiante de Biología, en una
conferencia multitudinaria que dio en nuestra universidad. Nos deslumbró, al
menos a mí, la energía y lucidez con que exponía lo que claramente constituía
una visión del mundo singular. Nos habló de la hipótesis GAIA sobre la que
había discutido y debatido ampliamente con James Lovelock, esa hipótesis que
considera a nuestro planeta como un organismo vivo. Por tanto, nos sirve para
comprender el valor de los cuidados y la transversalidad del ecofeminismo.
Lovelock, bioquímico inglés, fraguó la idea de que el ecosistema Tierra
funciona como un superorganismo. Cuando Lovelock publicó la hipótesis de Gaia,
provoco una sacudida en muchos científicos, sobre todo en aquellos con una
mente más lógica que odiaban un concepto que sonaba tan místico. Tanto más
después de que la llamara Gaia, por la antigua diosa de la tierra.
Como Margulis relata en el prólogo de su
libro Planeta simbiótico, no vio inmediatamente la relación
de su teoría endosimbióntica con Gaia, pero finalmente concluyó: La
hipótesis Gaia es ver la simbiosis desde el espacio.
Lynn Margulis colaboró con James Lovelock en
el desarrollo de la teoría de Gaia y cuando era entrevistada sobre el tema, argumentaba
que suscribía la frase de Nietzsche: “La tierra es un lugar muy bonito, aunque
está afectada de una enfermedad: los humanos.”
En el libro ¿Qué es la vida? Margulis invita a explorar con ella,
científica y filosóficamente, los enigmas en los orígenes de la vida,
examinando, por ejemplo, la conexión biológica entre muerte programada y sexo,
la evolución simbiótica de los reinos orgánicos, la noción de la Tierra como un
superorganismo y la fascinante idea de que la vida, y no sólo la humana, tiene
libertad de acción y ha tenido un papel insospechadamente importante en su
propia evolución.
Dicho con sus palabras:
“Así, vamos comprendiendo que, en
realidad, la vida es un proceso material que cabalga por encima de la materia
como una extraña y lenta ola, que es un caos artístico controlado, un conjunto
de reacciones químicas asombrosamente complejo que empezó su andadura hace
cuatro mil millones de años y que ahora, en forma humana, escribe cartas de
amor y emplea computadores de silicio para calcular la temperatura de la
materia en el nacimiento del universo. Descubrimos que la vida es, a fin de
cuentas, algo aparentemente obvio: la celebración de la existencia.”
Con la inspiración de las reflexiones que se hizo en su día Lynn
Margulis, podemos imaginar cómo abordar la crisis global asumiendo los
postulados que ella aplicó en la Biología y que han acabado siendo admitidas
por la comunidad científica, tan reacia al principio. Es decir, evolucionemos
cooperando y desechemos la competencia como motor.
En un artículo de Marga Mediavilla (reflexionando sobre el mundo y su
deriva), también hacía referencia al valor de la cooperación, con un
certero análisis sobre el camino por donde nos lleva la tecnología y las nuevas
habilidades que se le otorgan a los robots. Me pareció muy relevante la idea,
porque especulaba sobre la misma premisa. A saber: las habilidades adquiridas
por la inteligencia artificial tienen que ver con la “percepción” de que la cooperación es la mejor
estrategia para evolucionar, dando la razón a Lynn Margulis y
contradiciendo a Darwin y su idea de que la evolución se desarrolla mediante la
competencia. En sintonía con este planteamiento, el Movimiento feminista
es el mejor referente que podemos tener porque funciona en clave COLABORATIVA o COOPERATIVA.
En cambio, ¡aquí estamos! metidos en una dinámica de competencia de la
que no sabemos salir. Decía la autora del artículo que “Los robots han
aprendido a cooperar entre sí para
ser similares a los humanos, sin embargo, a los humanos no se nos permite hoy
ese lujo. Nosotros debemos someternos a la ley del mercado y jugar los juegos
del hambre global que nos impone el capitalismo. Aunque los robots hayan
conseguido grandes avances siendo cada vez más sensitivos, nosotros debemos ser
insensibles al drama social del desempleo, insensibles al deterioro ambiental,
insensibles a nosotros mismos. Aunque la ingeniería moderna está descubriendo
las cualidades superiores de la cooperación, nuestra máquina económica
tiene como único mecanismo la competencia.
Y el aprendizaje que se extrae es claro: tenemos que cooperar entre
nosotras y ser muy sensibles al medio ambiente que nos rodea si queremos salir
adelante y dejar atrás este modelo económico que está rompiendo los equilibrios
de GAIA y poniendo en peligro nuestra supervivencia.
De momento estamos demostrando ser bastante torpes a la hora de cooperar
y solucionar los problemas globales. Con lo artificioso de la vida en que nos
desenvolvemos ¿acaso hemos perdido el motor evolutivo de la cooperación?
Publicado el 7 de marzo 2019 en Blog Sostenible
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