DESOBEDIENCIA CIVIL EN TIEMPOS DE DESMESURA DEL “PODER ECONÓMICO”
Vivimos tiempos de desmesura, de excesos de un poder económico, así en abstracto, que va dejando en los márgenes del sistema a cada vez mayor cantidad de población. Empieza a ser una necesidad imperiosa la reflexión en el seno de la sociedad del porqué, el para qué y el cómo se ejerce el control de los pueblos.
Inmersas como estamos en un sistema de organización social
dispuesto para servir a un modelo económico, el neoliberal; se nos expropia el
tiempo para la reflexión, para disfrutar de la vida, para acompañar y cooperar
con nuestras compañeras de generación y con las generaciones enlazadas, esas
con las que compartimos espacio y tiempo. Incluso se nos roba el tiempo para la
pereza, la ociosidad (creativa o no) que no tiene que asumirse como dejadez,
pero que se censura. Han conseguido que nos sintamos mal cuando no somos
económicamente productivos, como si el fin último de la vida humana fuese el
trabajo y la productividad. No me parece que nuestra dependencia del empleo
remunerado y su precarización actual sea realmente el derecho al trabajo que
recoge nuestra constitución en su artículo 35. Más que un derecho es una
apropiación de nuestro tiempo de vida. Es obvio que SÍ hay derechos que nos
corresponde disfrutar y defender. Especialmente el tener vidas dignas y eso
supone derecho a un techo, a educación, a la alimentación, a la libertad de
movimiento, de pensamiento, de expresión… Pero el trabajo, mejor el “empleo”,
más que un derecho es un medio para conseguir esa vida digna y no un fin en sí
mismo, como lo entiende este sistema económico que nos roba tiempo, nos
explota; y con ello, esquilma a mayor velocidad la tierra que nos sostiene.
Se nos ha dicho que la tecnología nos facilitaría la vida, y
dispondríamos de mas tiempo. Y curiosamente, ahora se nos amenaza con que los
robots harán la mano de obra humana prescindible, que nos desplazarán de los
empleos, pero ¿cómo es posible que estemos en esta espiral explotadora de
recursos materiales y humanos? Lo que
subyace es el modelo consumista que dinamiza la economía global y de la que hay
que salir con urgencia.
Nos han inyectado en vena valores como el individualismo,
que prioriza al individuo respecto a la colectividad, asumiendo que la persona
puede obrar según su voluntad, sin atender al espacio compartido. Esto nos
lleva a la competencia, la propiedad ilimitada y la capacidad de acumular bienes
comunes, que son los bienes de todos: el agua, el suelo, el aire que
respiramos, acaparando su propiedad en beneficio privado y privando del mismo a
la colectividad. Para oponerse a esta realidad cabe plantearse seriamente el
ejercicio de la Desobediencia Civil, en
los términos que planteaba Thoreau.
El neoliberalismo, está llegando a unos extremos que hacen
necesario un planteamiento colectivo de confrontación y de alternativas al mismo.
Una herramienta para conseguirlo es la aplicación del concepto acuñado por
Henry D. Thoreau, de la Desobediencia Civil. Él se negaba a
colaborar con un Estado que mantenía el régimen de esclavitud y
emprendía guerras injustificadas. Es algo que no ha dejado de ocurrir en
la historia de la humanidad.
Ahora, y en un contexto social y ambiental tremendamente
complejo y con síntomas de agotamiento, que está sacando a las calles de todo
el mundo global, a mujeres por la igualdad, a jóvenes por su futuro, a indígenas
por la defensa de sus territorios, a desterrados, migrantes, apátridas… se
impone la acción no solo reactiva, sino constructiva de otra realidad posible.
Construirla de la mejor manera que seamos capaces, con la inteligencia
colectiva, dedicando tiempo a lo común. Disponemos de multitud de ejemplos
dispersos y aislados de comunidades que se autoorganizan y viven. En el mejor sentido de esa palabra. No sobreviven, no
malviven… viven vidas dignas de vivirse. Pero se les deja cada vez menos
espacio.
El modelo económico está acabando con los espacios físicos y
ecosistemas que necesitamos para ello. Es por eso que se impone la aplicación
de otra lógica, porque la imperante nos está sacrificando en el altar del
enriquecimiento de unos pocos, cada vez menos. Hemos adormecido la inteligencia colectiva y
el instinto de supervivencia, al construir un mundo artificial que ha roto los
lazos con la naturaleza de la que formamos parte. Y la tecnología no nos va a
salvar. Muchos mundos distópicos estamos ya imaginando, a cuál más
desasosegante. Parémonos a reflexionar colectivamente. Apliquemos lo aprendido,
o lo que podemos aprender de todas las que nos precedieron, de generaciones y
personas que cambiaron sus realidades a golpe de sueño, a golpe de utopía.
Aprendamos de los valiosos ejemplos que tenemos a nuestro alrededor. Por ejemplo, la obra de Thoreau que criticaba
la autoridad del Estado y llegó a ser inspiración para Gandhi en su
campaña de resistencia contra la ocupación británica de la India. También
inspiró a Martin Luther King en su lucha no violenta frente a la discriminación
de la población negra de EE. UU. Ha promovido y sigue inspirando movimientos
como la objeción fiscal, la objeción de conciencia contra
el militarismo o violencias más o menos solapadas, movimientos ciudadanos y
luchas ante los abusos.
En realidad, la insumisión de Thoreau cuestiona el equilibrio
y funcionamiento de la sociedad como fuerza de control del individuo. Sin
embargo, ha servido para defender los derechos de muchas personas frente a la injusticia
y la acumulación de poder por parte de élites que actúan con lógicas alejadas
del interés colectivo y el instinto de supervivencia de la especie.
Las preguntas que subyacen son: ¿hasta qué punto estamos obligados a obedecer a gobiernos, cuando sus
leyes nos parecen injustas? ¿cuándo y
cuanta injusticia hace falta para que esté justificada la resistencia pacífica al
poder? ¿cuántas desobediencias individuales, como la de Rosa Parks no cediendo
su asiento de autobús a un blanco, o de Greta Thunberg no yendo a clase los
viernes, necesitaremos para desobedecer colectivamente y cambiar el sistema?
Thoreau respondió de un modo radical y provocador, afirmando que cuando las obligaciones de un individuo se apartan de su idea del deber, ha llegado la hora de la desobediencia. Quizá ha llegado ese momento para amplias capas de la sociedad que ya se mueven en los márgenes de este sistema. Es momento de desobedecer radicalmente, porque los derechos fundamentales, los que sostienen la vida, no están primero en la realidad actual. Se supeditan a los intereses de la economía y a su adoración del crecimiento económico. Un crecimiento que proporciona empleos cada vez más precarizados y alienantes en los países enriquecidos y que niega el futuro a los que llaman a nuestras fronteras desde el sur empobrecido. Y es momento de cambiar esta realidad.
Publicado en Ecologismo de Emergencia el 2 de mayo 2019
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