¿Transición energética fallida?
Diputada en la X legislatura
del Parlamento Andaluz
El
siguiente texto es una contestación al artículo titulado: ¿Qué es el movimiento NIMBY y cómo
afecta a la transición energética? de Oliver Roales
La alusión en el título del artículo a un supuesto
movimiento NIMBY (“Not In My Backyard”, es decir, “no en mi patio trasero”), es
lo primero que me ha sorprendido porque
es la primera vez que lo he leído en relación a la Transición Energética.
Me
parece que no se ajusta a la realidad de quien se opone al modelo de transición
que se ha implantado de facto. Un modelo en el que no se han tenido en cuenta
voces discrepantes, algunas muy cualificadas, sobre cuestiones técnicas que
debían considerarse. Se despliega con ese título y su posterior desarrollo, la
idea de una no aceptación por parte de determinadas personas y colectivos, de actividades
o infraestructuras que son rechazadas para “mi
patio trasero”, sin considerar el bien mayor que representan para la
sociedad.
Esa
asunción carece de rigor si la referimos a la Transición Energética. Porque es
otra transición la que necesitamos. Y, con el recientemente tumbado RD Ley
7/2025, de medidas urgentes para reforzar el sistema eléctrico, donde los
argumentos que se han oído o leído estos días estaban basados exclusivamente en
lógicas de disputa partidista al votar, entiendo que la pretensión de este
artículo es defender las medidas que el RD proponía, a pesar de ser una
mezcolanza de difícil digestión.
Como bien dicen algunos y hemos
constatado otras, es una mala praxis legislativa, habitual en España, el abuso
que se hace de los decretos-ley. La lógica dictaría incluir en el decreto solo
las normas técnicas urgentes relativas a evitar futuros apagones, y tramitar en
ley posterior (proceso más lento) lo demás incluido en el decreto. Pero se ha
intentado forzar que los partidos tragaran en el Congreso esa mezcla
heterogénea. Como se ha hecho en tantas ocasiones. “Al final lo que se ha conseguido es que se haya rechazado todo, tanto
lo conveniente -y urgente- como lo discutible”.
Explica
el sr. Roales, lo que supone el fenómeno nimby, que interpreta así: “nacía como reacción legítima de comunidades
a las imposiciones de infraestructuras claramente nocivas -vertederos,
incineradoras, polígonos industriales, autopistas, líneas de alta tensión- que
implicaban riesgos para la salud, el entorno y la calidad de vida.”
Cabría
preguntarle ¿acaso los macroproyectos que ocupan grandes extensiones de
territorio y consumen grandes cantidades de materiales, -algunos de los cuales
son escasos y requieren ser extraídos por una dañina minería-, además de
requerir una red de líneas de alta tensión que distribuya la energía eléctrica
producida, son menos nocivos? No, no es solo preocupación por el paisaje, como
quiere señalar.
Dice
que esos movimientos nimby se justificaban en una “defensa democrática
frente a la arbitrariedad y la injusticia de tener que soportar los costes de
lo común sin recibir ninguno de sus beneficios” pero que ahora “la lógica NIMBY ha pasado de ser una
reacción frente a la injusticia a convertirse en muchos casos en un obstáculo a
la transformación colectiva que necesitamos” ¿? ¿De verdad necesitamos la transformación que propone?
No aclara porqué, pero es erróneo afirmar que: “Las instalaciones eólicas y
fotovoltaicas no son comparables ni en impacto ni en riesgo a las antiguas
infraestructuras contaminantes. No suponen un peligro para la salud, no generan
residuos tóxicos ni polución atmosférica, y su huella, más allá del impacto
visual o paisajístico, es limitada y reversible en comparación con la minería,
el fracking o la quema de combustibles fósiles.”
La realidad es que SÍ suponen un peligro para la salud
porque SÍ producen residuos tóxicos
y SÍ generan una gran huella (hídrica
y ecológica) porque precisan de la minería y de la quema de combustibles
fósiles para el transporte de esos materiales necesarios (algunos críticos),
para abrir accesos, para construir las líneas de alta tensión que evacúen la
electricidad producida y la lleven a donde se pretenda consumir y todo ello
genera una cantidad de emisiones nada despreciable.
Y
sí, efectivamente hay quien impugna el modelo de despliegue de la Renovable Eléctrica
Industrial por su carácter especulativo capitalista. No porque se coloque en el
patio de atrás. Lo que parece interesar es mantener esa “España vacía o
vaciada” para que la respuesta social esté ausente. El modelo energético que se
ha promovido es centralizado, satura los territorios con macroproyectos
renovables a gran escala. Está deslocalizado y requiere centenares de
kilómetros de líneas de alta tensión, lo que es devastador no solo para el
paisaje, sino también para la planificación del territorio, para la biodiversidad
y para la soberanía de las gentes que habitan el territorio. Además, invita a
un consumo ilimitado. Eso no es lo que se esperaría de una Transición
Energética Justa. Es lo contrario.
Lo
que verdaderamente se necesita es un tránsito a una generación renovable
distribuida que esté en manos de las comunidades a las que sirve, que no
necesita grandes redes de distribución (en las que se puede perder hasta un 25%
de la energía producida). Es imperativo incentivar el ahorro energético y
no potenciar grandes consumos innecesarios (recordemos las competiciones del
alcalde de Vigo a las que se han sumado otros) y favorecer el autoconsumo.
Efectivamente,
como dice el autor, muchos lugares se sienten como “territorios de sacrificio”
porque realmente lo están siendo, no es una percepción subjetiva.
La
realidad incómoda que se ignora conscientemente, es que, esos impactos
ambientales y sociales en el sur global son, -y se pretende que sigan siendo-,
los producidos por la extracción y transporte de materiales necesarios para las
megaplantas que se van construyendo. Lo que SÍ se debería hacer es pedagogía, mucha pedagogía para abordar los
retos climáticos y ecológicos que tenemos delante, en lugar de decir que es
fantástico y deseable ofrecer energía abundante y barata.
El
autor achaca un interés especulativo a propietarios de tierras que se oponen porque
esperan una futura revalorización urbanística, (pelotazo que la declaración de
utilidad pública impediría). Así que, el conflicto, no sería ambiental ni
social, sino especulativo. También podemos considerar especulativo y lesivo que
grandes empresas pretendan beneficiarse de medidas como eximir de las
Declaraciones de Impacto Ambiental (DIA), o aprovechar la utilidad pública que
favorece expropiaciones forzosas etc.
El
debate público real y abierto, es el que da voz a los colectivos territoriales afectados,
a investigadores y plataformas ecologistas locales, además de la que se da
sobradamente, a la industria y sus lobbies.
La
realidad es que, el modelo actual es insostenible, externaliza los costes al
sur global, mantiene la dependencia de combustibles fósiles y desactiva
cualquier posibilidad de democratizar la energía.
El
autor, al fin, tiene razón cuando afirma: “hace
falta asumir que el confort energético tiene un coste material y que nadie
puede vivir en la ficción de un suministro limpio y barato sin impacto propio.”
Asumiendo esta verdad incuestionable, tocaría disminuir el impacto, no alimentando
el sobredimensionado sector. Aceptar que, en España, y en la UE, el consumo de
electricidad cae desde 2008.
Quienes
se han opuesto a la aprobación del RD Ley 7/2025 no han hecho gala de
retardismo, sino que, -consciente o inconscientemente-, por ahora, han limitado
el deterioro ambiental y afectación territorial/social.
La
Transición Energética que se está
queriendo desplegar, no contempla un plan B, para cuando fracase, y lo hará. Necesitamos
con urgencia un modelo válido y realista.
Este artículo apareció en Eldiario.es el 27 de julio de 2025
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