Transición Ecológica: Compromisos y acuerdos postergados ¿Seguiremos procrastinando?

 

Hay unos cuantos hitos del s. XX que nos advirtieron de que la evolución del sistema económico empezaba a mostrar claros síntomas de impactar sobre la funcionalidad sistémica de la biosfera. Se hacía evidente la responsabilidad de la actividad económica y su crecimiento permanente en la superación de límites planetarios y deterioro de múltiples servicios ecosistémicos “gratuitos”, y se ha ido elevando el nivel de preocupación al respecto. Las señales que nos alertaban entonces, nos deberían haber puesto en marcha hacia la Transición de que trata este debate. Algunos de estos hitos fueron:

1-     La publicación del Informe del Club de Roma llamado “Los límites del Crecimiento” en 1.972, en el que el grupo de científicos al que se le encargó, analizaba las tendencias de la economía usando la dinámica de sistemas, y mostrando la insostenibilidad que conduciría a un colapso en el presente siglo de no actuar para cambiar esas tendencias. La conclusión fue la siguiente: si el incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantenía sin variación, se sobrepasarían los límites de la Tierra en los siguientes 100 años.

2-     La publicación previa, del libro de la bióloga estadounidense Rachel Carson “Primavera silenciosa” en 1.962, una exhaustiva investigación de los efectos negativos del uso generalizado de pesticidas, denunciando que los venenos utilizados, se acumulaban en la cadena alimentaria, con enormes riesgos para la salud humana y terribles efectos para flora y fauna. Con este libro consiguió que mucha gente se preocupase por la ética ambiental y ayudó a sentar las bases de una conciencia ecológica de masas, estableciendo la conexión entre la actividad humana, lo que sucede en la naturaleza y la salud pública. Tras su muerte, y gracias a su trabajo de investigación se creó la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), a la que precisamente, acaba de limitar en su capacidad de actuación el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Un paso atrás inadmisible.

3-     El Informe Brundtland publicado en 1987 para las Naciones Unidas, que contraponía el problema de la degradación ambiental que acompaña el crecimiento económico con la necesidad de ese crecimiento para aliviar la pobreza. Y reconocía que el avance social y económico estaba suponiendo un coste ambiental y social muy alto. Este Informe llamado “Nuestro Futuro Común” estaba liderado por la primera ministra noruega Gro Brundtland. Aunque la cooptación posterior del concepto de desarrollo sostenible, acuñado entonces, y su mala aplicación, haya contribuido a perpetuar la preponderancia del crecimiento económico, sobre los componentes sociales y ambientales que incorpora el concepto. Nunca se ha aplicado realmente a las políticas la perspectiva intergeneracional, incluyéndola en la intersección de estas tres esferas (económica, social y ambiental).

Hay más, pero estos tres hitos son ejemplos de advertencias que tuvimos en la segunda mitad del siglo pasado que no consiguieron cambiar las tendencias de una economía disfuncional que nos está colocando en situación de enorme riesgo y que puede conducirnos a un colapso ambiental y socioeconómico. Ha resultado que el modelo crecentista, -donde la extracción de recursos naturales y los dictados del mercado son la única base que rige-, no solo es antiecológico sino también antieconómico porque ataca las bases sobre las que se asienta. Y es que, los aumentos de producción se efectúan a expensas de recursos y bienestar que tienen un valor superior al de los servicios producidos a nivel global. De ellos cada vez se benefician menos personas y sociedades, por lo que la inequidad no para de crecer.  Hemos llegado al punto en que habrá que reconocer que el crecimiento económico, ese concepto totémico para gobiernos y economistas es el gran error neoliberal que nos acerca al precipicio.

Sin embargo, llegados a la situación actual, comprobamos que el modelo de acumulación de riqueza en que se basa el capitalismo, ha impedido que hayamos sido capaces de iniciar el tránsito que necesitamos hacia otro modelo. Uno que adapte la actividad económica a los límites y funcionalidad planetaria. De haberlo iniciado hace 50-60 años, ahora estaríamos en mejores condiciones y aún nos mantendríamos como civilización en lo que sería una zona de confort en la que la funcionalidad del planeta mantendría el equilibrio. Es decir, seguiríamos disfrutando, y la siguiente generación también, de un clima predecible, la diversidad biológica estaría menos amenazada y contaríamos con una disponibilidad de agua, suelo y alimentos aceptable. Aunque muchos no lo sepan, es lo que hemos disfrutado en la era geológica en que nos hemos desarrollado como la civilización que somos, el Holoceno, -que era nuestro jardín del Edén- y que bastantes geólogos ya dan por hecho que hemos cambiado por el Antropoceno, o más recientemente Capitaloceno, dado que nuestra incesante y siempre creciente actividad ha actuado como una potente fuerza geológica. Son cada vez más las voces que nos advierten que toca frenar porque las curvas que viene son muy cerradas.

Mi primera conclusión, es que una transición hacia un modelo socioecómico nuevo y con perspectiva intergeneracional debe basarse, SÍ o SÍ, en el respeto a los límites planetarios y su funcionalidad.  

Sin embargo, los datos científicos nos dicen que vamos precipitadamente en la dirección opuesta. Ya en el año 2009, el Instituto de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo, liderado en aquél momento por Rockström1, estableció 9 límites planetarios, sobre los que se estimaron unos umbrales de determinadas variables de control, por encima de los cuales los cambios que se produjeran nos ponían en zona de riesgo y de posible colapso funcional. Estos son: el CO2 en la atmósfera, las nuevas sustancias químicas (Xenobióticos), la concentración de Ozono [O3] estratosférico, la carga de aerosoles y contaminación química, la acidificación de los océanos, los ciclos biogeoquímicos del Nitrógeno (N) y del Fósforo (P), la disponibilidad de agua dulce, los usos del suelo (Proporción de tierras cultivadas), y la pérdida de diversidad biológica. Todos estos límites son interdependientes por lo que sobrepasar uno de ellos puede llevar a rebasar otros. Así que hay que establecer un marco de seguridad para NO traspasarlos. Y, en el caso de haberlos superado, actuar sin dilación para llevarlos a la zona de confort y seguridad. Desde ese estudio inicial, la situación se ha ido revisando en el tiempo como se observa en la figura que muestro a continuación. Puede verse la dinámica en la que estábamos en 20152 y cómo ha cambiado en 20223.

 


En 2015, a nivel planetario, teníamos en situación de alto riesgo: La diversidad biológica y los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y el fósforo, lo que está muy relacionado con los usos del suelo y la producción de alimentos. A pesar de que el cambio climático ya estaba fuera de zona de confort y en un nivel de riesgo creciente, éste no era tan alto como el de los tres primeros. También estaba ya en situación de riesgo los usos del suelo y los servicios que provee. En buena medida, esto está determinado por la apropiación de suelo por parte del sistema agroalimentario global. Más de un tercio de la superficie de la tierra y más de un 70% del recurso agua se dedican a esta actividad. Parte de la pérdida de diversidad y sus consecuencias (zoonosis) también están relacionadas con ello. Este sistema agroalimentario global fuertemente deslocalizado es muy dependiente de la energía fósil y contribuye significativamente al cambio climático. Además, esta deslocalización y alta dependencia de energía para el transporte lo hace tremendamente frágil a nivel geoestratégico, como estamos viviendo con la guerra de Ucrania.

Segunda conclusión: para revertir parte de la situación de riesgo deberíamos estar ya transitando hacia sistemas agroalimentarios más diversos y localizados. Esto implica reterritorializar la producción de los alimentos que sea posible con las condiciones agroclimáticas características de cada lugar, relocalizar el consumo, así como revegetarianizar y reestacionalizar la dieta. También hay que evitar las pérdidas de alimentos en el tránsito que va desde dónde se producen hasta la mesa. Hay que incrementar la eficiencia en el uso de los recursos, aprovechar mejor la información sobre el estado de los cultivos con la que contamos y potenciar prácticas agroecológicas que optimicen el cierre de los ciclos de materia y un uso más eficiente de la energía solar, minimizando la dependencia de insumos sintéticos en lo posible.

Sin embargo, como vemos en la figura, los datos publicados en 2022, siete años después, muestran que los límites traspasados en 2015 no han mejorado, y que ya contamos con datos suficientes para poner en evidencia la situación de riesgo debida a la ingente cantidad de productos sintéticos, especialmente plásticos que llevamos liberando en la biosfera desde hace más de 100 años. De ahí el elevado riesgo que muestra la figura correspondiente a este año.  

Tercera conclusión: debemos transitar hacia una economía que no esté basada en la producción de bienes con vidas cortas y que buscan fomentar el consumo y no el dar respuesta a una necesidad real. La economía circular es mejor que la lineal, pero se debe limitar también el ansia de consumir por consumir. Transitemos pues hacia un sistema productivo centrado en proveer y mejorar bienes útiles, reparables, con vidas medias altas y con diseños que permitan la reutilización de algunos de sus componentes. Hay que cerrar ciclos de materia y energía e incrementar la eficiencia y circularidad en todos los procesos socioeconómicos.

El exceso en el consumo de recursos y el destrozo que causa su extracción, con la consiguiente generación de residuos, convierte el actual modelo económico en insostenible. Y desde el protocolo de Kioto hasta el Acuerdo de Paris, las cumbres climáticas que han intentado llegar a acuerdos globales para disminuir las emisiones y el deterioro, no acaban de lograr su objetivo. Es un hecho que, en los últimos años, los procesos se aceleran. La economía que funcionaba a golpe de crisis periódicas, acorta los tiempos entre crisis. Los incuestionados crecimientos, que exigen la aceleración permanente de los procesos productivos, generan una degradación ambiental acelerada y retroalimentaciones que empeoran el panorama general.

Cada año, el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra se adelanta. Y nos recuerda que gastamos recursos naturales, a MUCHA velocidad. El consumo ininterrumpido y por encima de la capacidad de renovación natural, provoca agotamiento de los recursos. Nuestro planeta entró en números rojos en 2022, en fecha tan temprana como el 12 de mayo. A partir de ese día, todos los recursos que consumimos se suman al déficit en la cuenta de resultados del planeta. En un intento de advertir sobre lo que estamos provocando con nuestra hiperactividad productiva, también se estableció el Día de la Deuda Ecológica, (Earth Overshoot Day) que viene a significar lo mismo que el de la sobrecapacidad. Es el día en que la humanidad ha agotado el presupuesto de la naturaleza para el año. Durante el resto del año, la sociedad opera en un exceso ecológico al reducir las reservas de recursos y acumular CO2 en la atmósfera y otros residuos por todo el planeta.

Estamos viendo el deterioro progresivo y, a veces brusco, de recursos vitales como la diversidad, el aire, el agua o el suelo. Y por justicia intergeneracional deberíamos trabajar para que dentro de 50 años nuestras hijas y nietas tengan, como mínimo, un acceso a los recursos similar al que nosotros disfrutamos.

Hagamos lo que hagamos, nuestra civilización en el corto plazo tendrá que desacelerar su consumo de recursos ya sea porque lo decidamos, ya sea porque las circunstancias lo impongan. El más determinante, para bien y para mal en el corto plazo es el recurso energético. Europa occidental es un ejemplo de dependencia de este recurso, a la vez que derroche del mismo, y las consecuencias de esa dependencia son muy patentes por la guerra de Ucrania. Además, la limitación es global y lo será cada vez más. Incluso Macron y Biden, asumen que ni Arabia Saudí puede incrementar la producción de energía fósil para paliar la limitada oferta que existe. Por tanto, estaremos de acuerdo que la transición a renovables es inaplazable y eso supone que habría que dedicar preferentemente los recursos fósiles que todavía disponemos a realizarla de forma ordenada. Y, añadiría, de manera participada, con red distribuida, con autoconsumo y comunidades energéticas locales, evitando reproducir los defectos del modelo oligopólico que cede todo el poder y control a las multinacionales eléctricas que todas conocemos.

Cuarta conclusión: hay que transitar hacia sociedades descarbonizadas y resilientes de forma ordenada. La ciencia, con cada informe del IPCC nos va avisando de los niveles de degradación y las amenazas sobre las que actuar, llamando a una transformación económica y social sin precedentes, para lo que necesitamos una sociedad informada, un cambio en los modelos de producción y consumo, en los comportamientos de los agentes económicos y en los hábitos de las personas.

 Hay que medir muy bien en qué y dónde invertimos esfuerzo. Hay esfuerzos en desarrollos tecnológicos que muy pronto dejarán de tener sentido. Un ejemplo de política de transición necesaria y urgente es la movilidad. Debemos pasar de una movilidad centrada en el vehículo privado, total o parcialmente fósil, hacia una movilidad colectiva, pública y electrificada. Esto supone derivar recursos limitados como el cobre preferentemente a este fin, y abandonar la idea de sustituir el parque de automóviles actual, por uno similar con baterías que requieren un litio del que no disponemos.

Estamos sufriendo conflictos bélicos sangrientos como consecuencia de problemas geopolíticos que tienen que ver con la disponibilidad decreciente de combustibles, agua dulce, suelo fértil o minerales esenciales para mantener la industria tecnológica y agraria. Nos estamos adentrando en escenarios socio-ambientales bastante impredecibles y muy preocupantes.

 

Cómo hacerlo

Como no podemos abandonarnos al derrotismo, hay que intentar que el tránsito que, de todos modos haremos, sea lo más manejable posible.

Para emprender todos estos retos, se deben abordar multidisciplinarmente y desde todos los ámbitos de actuación posibles, académico, empresarial, con organizaciones de todo tipo, y a todos los niveles institucionales: europeo, estatal, autonómico y local. Y por supuesto, con la complicidad e implicación de toda la ciudadanía. Es un cambio de paradigma tan grande que nadie puede quedar al margen.

La educación ambiental de niñas y niños, adaptando el currículo educativo para reforzar el conocimiento de nuestro entorno natural y de las consecuencias de no cuidarlo, junto al aprendizaje de valores éticos fundamentales que induzcan a comportarse como ciudadanos responsables y exigentes con empresas y gobiernos, va a ser una de las mejores herramientas.

Dado que la limitación de energía disponible y barata es un hecho ya, hay que priorizar muy bien en que esfuerzos tecnológicos se invierte prioritariamente. Uno de ellos será en el de la energía renovable. Racionalicemos lo que nos queda de combustibles baratos y condensados. Porque, además sabemos, que lo que se produce con la tecnología es un efecto rebote, la llamada paradoja de Jevons: a medida que el perfeccionamiento tecnológico aumenta la eficiencia con la que se usa un recurso, es más probable un aumento del consumo de dicho recurso que su preservación o ahorro.  

Un tema importante es el de la relevancia y centralidad que se dé a las instituciones con responsabilidad en materia de transición ecológica. Para avanzar de forma coherente en la transición ecológica se debe conseguir coordinación y entendimiento en las políticas sectoriales energética, agroalimentaria, ecológica, o en la muy relevante gestión hídrica y evitar interferencias entre estos sectores.

Los ciudadanos y ciudadanas podemos, con nuestras decisiones sobre lo que consumimos, cómo nos movemos o cómo nos relacionamos con el entorno y con la comunidad, influir significativamente en empresas y en gobiernos. Pero eso es solo una parte y no la mayor precisamente. La mayor responsabilidad recae, sin duda, sobre gobiernos y parlamentos, porque son los que legislan y gobiernan oponiéndose o plegándose a los potentes lobbies de corporaciones que acumulan un inmenso poder económico.

Por ello una herramienta muy interesante que en nuestro país ha generado propuestas en relación a la emergencia climática, es la que planteó la Ley de Cambio Climático al proponer y constituir una Asamblea Ciudadana para el Clima4, que no hace mucho emitió las primeras recomendaciones sobre la pregunta que se les planteaba: Una España más segura y justa ante el cambio climático ¿Cómo lo hacemos? Es importante que existan estas Asambleas Ciudadanas, que sean operativas y que las instituciones atiendan sus recomendaciones. Es decir, son una herramienta que debe emplearse en las otras transiciones para discutir soluciones con urgencia, y sus propuestas debieran convertirse en itinerarios a poner en prácticas por los gobiernos de turno.

Algunas propuestas

Para seguir analizando el cómo hacer la Transición, me gusta hablar de la propuesta que Kate Raworth planteó en un Informe que le encargó Intermón-Oxfam en 2012: “Un espacio seguro y justo para la humanidad”. Donde se preguntaba si todas podríamos vivir dentro de un hipotético donut5, entre el techo planetario que marca las condiciones de habitabilidad de nuestro entorno y un suelo social, que es el que permite una vida mínimamente digna.



La rosquilla que propone Raworth, no es una guía de políticas concretas, sino más bien una manera de analizar la situación para orientar las decisiones. Su modelo se basa en una imagen muy sencilla: la humanidad debe vivir dentro de un donut o rosquilla. En el interior de la rosquilla se encuentran las necesidades básicas para el bienestar: Alimentación sana, accesos al agua potable, vivienda, energía, sanidad, educación, igualdad de género y libertad política, entre otros. El límite exterior de la rosquilla representa el techo ecológico. En medio, está lo que necesitamos para disfrutar vidas dignas y saludables sin poner en peligro nuestra casa común que es la biosfera.

 Para lograrlo, tenemos que construir entre todas el bien común; establecer medidas, marcos normativos, políticas, que hagan más probable traer a las personas al interior de ese espacio seguro y justo que decía Raworth. El momento histórico que nos ha tocado es de verdadera emergencia. Y a todas nos toca, aunque en distinta medida, la responsabilidad de abordarlo y resolverlo.

Por tanto, hay que tomar decisiones y actuar, tanto a nivel de gobernanza global como local.

Hay unas cuantas recetas planteadas por economistas heterodoxos, investigadores, pensadores, activistas, que contribuyen a enriquecer el debate sobre el modo en que tomar las riendas y generar la transformación, implicando en el debate a toda la sociedad. Hay que abordar un plan global de acción.

Desde mi punto de vista, una medida imprescindible sobre la que plantear debate tiene que ver con repensar el reparto del trabajo remunerado y el no remunerado (el de cuidados), la jornada laboral, la redistribución de la riqueza, y la renta básica. Como la “ingente” explotación de recursos materiales debe revertirse, y reducir la producción total (menos presión sobre la naturaleza) se requerirá menos tiempo de trabajo humano global, y un mayor y mejor reparto del mismo entre toda la población activa. Así reduciremos el uso de ingentes cantidades de energía para la extracción de cantidades ingentes de materias primas de territorios colonizados y evitaremos la generación de cantidades ingentes de residuos.  Porque somos, ante todo, personas y ciudadanas, no engranajes de un sistema productivo, ni consumidores.

Por otro lado, hay economistas heterodoxos trabajando distintas propuestas:

Herman Daly (economista ecológico estadounidense) propone alcanzar un estado estacionario, asumiendo que la economía es un subsistema dentro de otro más amplio, la ecosfera, que es finita, no se expande y esta materialmente cerrada. Y distingue entre crecimiento y desarrollo. El crecimiento es un concepto físico, cuando algo crece se hace más grande. El desarrollo es un concepto cualitativo, algo mejora. Y el planeta Tierra en su conjunto no está creciendo, pero está evolucionando, ya sea de manera positiva o negativa. El progreso debe ir por el camino de la mejora, no del aumento.

André Gorz (filósofo, periodista y teórico de la ecología política) plantea determinadas cuestiones que deben necesariamente desmercantilizarse.

Troy Vettese (investigador sobre la historia de las arenas bituminosas de Canadá) habla de la necesidad de reducir el consumo de energía y de su preocupación (que es la de muchas) por la actual hemorragia de especies de flora y fauna que se está produciendo a un ritmo entre mil y diez mil veces superior al normal; una velocidad solo comparable a la última gran extinción, siendo la principal causa de la extinción, la pérdida de hábitats. Por ello plantea actuar sobre tres objetivos fundamentales, geoingeniería natural, biodiversidad y sistemas de energías renovables.

Robert Pollin (profesor, escritor y economista estadounidense) opina que se necesita un new deal verde en el que es imperativo que crezcan masivamente algunas categorías de actividad económica, las asociadas con la producción y distribución de energía limpia. Por supuesto para que se reduzca drásticamente y sin demora el consumo de petróleo, carbón y gas natural, que genera el 70% de las emisiones responsables del cambio climático. Entendiendo que construir una economía verde supone más actividades intensivas en trabajo que mantener la actual infraestructura energética mundial basada en los combustibles fósiles. Es decir, lograr una transición justa creando empleo en actividades que aumenten nuestra resiliencia.

Hay otros pensadores e investigadores que contribuyen a enriquecer el debate. Lo hizo Lynn Margulis, ofreciéndonos una lección sobre las ventajas y beneficio mutuo que se consiguen con la cooperación, más que con la competencia, y que podemos aplicar a nuestras sociedades. Lo hizo Susan George, explicándonos magistralmente las amenazas de los mecanismos perversos del capitalismo ultraliberal, que ha usado el FMI, el Banco Mundial o la OCM como herramientas, también la premio nobel de economía Elinor Ostrom analizando cómo se gestionan los Bienes Comunes…

Sea como proponen unos, sea como proponen otras, o en combinación, no tenemos otra opción que actuar rápido frente a las múltiples crisis que se solapan. Estamos, como dicen algunos, en el siglo de la Gran Prueba. Así que hay que moverse rápido, porque tenemos un grave problema, pero no la solución, al menos no una que sea clara e inocua.

Aunque el debate continúe, la emergencia nos urge a dejar de procrastinar.


Referencias bibliográficas:

1.      Rockström, J., Steffen, W., Noone, K., Persson, Å., Chapin, F. S., Lambin, E. F., ... & Foley, J. A. (2009). A safe operating space for humanity. Nature, 461(7263), 472-475.

2.      Steffen, W., Richardson, K., Rockström, J., Cornell, S. E., Fetzer, I., Bennett, E. M., ... & Sörlin, S. (2015). Planetary boundaries: Guiding human development on a changing planet. Science, 347(6223), 1259855.

3.      Persson, L., Carney Almroth, B. M., Collins, C. D., Cornell, S., de Wit, C. A., Diamond, M. L., ... & Hauschild, M. Z. (2022). Outside the safe operating space of the planetary boundary for novel entities. Environmental science & technology, 56(3), 1510-1521.

4.      https://asambleaciudadanadelcambioclimatico.es/

5.      https://www.oxfamintermon.org/es/publicacion/Un_espacio_seguro_y_justo_para_la_humanidad_Podemos_vivir_dentro_del_donut

 

             Publicado en Espacio Público el 6 de julio de 2022

 

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