¿Qué tiene que ver la gentrificación con el derecho a la ciudad? ¿dónde queda la sostenibilidad urbana cuando mercantilizamos la ciudad?
Al saber que una promotora de Madrid quiere derribar viviendas ubicadas en el barrio del Perchel en Málaga para hacer viviendas turísticas, me gustaría compartir alguna reflexión al respecto.
Estas promotoras aterrizan en la ciudad coaccionando a los vecinos, cuyas casas, -en las que viven de alquiler-, son los hogares que no quieren perder, a pesar de que los están sometiendo a un proceso de deterioro intencionado. Pasarían así (de consumarse) a engrosar, el ya abundante en Málaga, catálogo de apartamentos “de lujo” (o sin lujo) con destino turístico.
En Málaga este proceso gentrificador ya ocurrió en su centro histórico
con resultado devastador. La población de la almendra histórica, la zona en el
interior de la antigua muralla, se ha reducido de forma incesante y aún hay
vecinos abandonándolo incapaces de soportar una metamorfosis tan nociva para la
convivencia vecinal. Los residentes son expulsados para convertir el área en
una atracción turística saturada y mercantilizada. En el proceso se produce un
forcejeo entre la escueta comunidad de vecinos resistentes y el poder económico
que acaba imponiendo su yugo. Se va
perdiendo el comercio tradicional y todo lo que era original y que mantenía la
riqueza local y el patrimonio cultural y humano. En el centro de Málaga ahora
sólo queda restauración, nueva hostelería y franquicias.
A los vecinos los
expulsa no sólo la carestía que genera la gentrificación, sino también la
pérdida de equipamientos y servicios que lleva asociada, sobre todo para niños
y ancianos. Esto supone una pérdida de diversidad urbana que dificulta mucho la
habitabilidad y sostenibilidad de la vida a quienes habitan los centros
urbanos. El desalojo del pequeño comercio es en beneficio de grandes cadenas,
que expulsan y provocan el cierre de los pequeños negocios especializados. Se
genera así una desorganización de las comunidades vecinales y del entramado de
relaciones que sostiene y configura un espacio urbano habitable. Así que no
sólo es un problema de vivienda sino también de pérdida y muerte lenta de la
propia ciudad que empieza a transmutarse en un parque de ocio para visitantes
itinerantes cada vez más artificioso.
Así es como
desaparece el vecindario de los centros históricos de las ciudades con
potencial turístico. Y con el tiempo esta perturbación en la dinámica urbana se
acaba extendiendo como una mancha de aceite hacia los barrios adyacentes, como
el caso citado del Perchel, de la Trinidad o como el de Lagunillas, provocando
incrementos en los precios de alquiler y compra, de viviendas y locales, generando,
con demasiada frecuencia, una burbuja que dificulta el acceso a viviendas dignas
del ahora abundante “precariado”, bien representado entre los jóvenes.
La
gentrificación es un ejemplo más del resultado injusto de aplicar los dictados
de la economía capitalista globalizada a la ciudad y sus habitantes. Obedece a
intereses ajenos a la comunidad residente, con efectos devastadores para las
dinámicas urbanas. La premisa de partida es lograr el “máximo beneficio”, en este caso
especulando con la vivienda, que deja de ser un derecho para convertirse en una mercancía mas del mercado global,
compitiendo deslealmente también con modelos de alojamiento turístico reglados
y mejor integrados en nuestras ciudades. Pero ¿quién maximiza beneficios?
¿quién gana y quién pierde?
No
confundamos el proceso especulador de la gentrificación, con procesos de renovación urbana en los centros con el
objetivo de sanear la ciudad, aunque suele generarse tras esta renovación
auspiciada desde lo público. Sus resultados son, primero, la vivienda-mercancía y luego la ciudad-mercancía. Su fin es la
explotación turística para extraer grandes plusvalías a través de la puesta en
valor del entorno arquitectónico y patrimonial de la ciudad a costa de expulsar
y limitar, de facto, los derechos de los ciudadanos, en su sentido etimológico.
Las grandes
plusvalías que produce la gentrificación son el principal motor del proceso que
suele seguir una dinámica establecida: primero se da una etapa de
descapitalización y desvalorización de la zona, que permite grandes diferencias
entre el valor del suelo del sector degradado y el valor potencial que por su
ubicación podría tener. Una vez iniciado el proceso, el efecto de contagio se
encarga de expandirlo. Las viviendas son demolidas casi o en su totalidad, pero
estructuralmente todavía conservan su “encanto”, falseando el patrimonio o
apoyándose en el paisaje del conjunto. Que el gentrificador compre la vivienda
o la alquile no supone ninguna diferencia para el proceso.
Este ejemplo
evidencia que, si no se regula el mercado de la vivienda, acaba ganando el
mercado financiero especulador e invasivo. El capital financiero se dirige a
inversiones especulativas en el mercado inmobiliario en todas las ciudades
globales. Sobran ejemplos que muestran que el mercado no se autorregula y que
esa falta de regulación en el acceso a los bienes a los que tienen derecho los
ciudadanos es injusta y genera desigualdad. Si se deja en manos del mercado, no
habrá sostenibilidad urbana y nuestras ciudades acabarán/seguirán centrifugando
a sus vecinos. Los ayuntamientos tienen que ser competentes y valientes para
enfrentar esta amenaza y estar claramente del lado de los ciudadanos, no
convertirse en gestores de servicios para parques de atracciones urbanos. Hay
que dotar de recursos a los poderes públicos para que tengan un peso decisivo
en el mercado inmobiliario local y así evitar o revertir estas situaciones, que
son injustas y causan sufrimiento. El ayuntamiento de Málaga, sin embargo, mas
parece un potenciador de los procesos especulativos en la ciudad.
La lucha por
hacer posible la vida en la ciudad a precios asequibles está también claramente
vinculada al cuidado del medioambiente y la explicación es clara. Cuando no hay
viviendas en el mercado con precios asequibles en la ciudad, la gente se marcha
a las afueras, la ciudad se extiende y dispersa, se generan ciudades
dormitorios y el uso del automóvil es imprescindible. Se potencia, en suma, un estilo de vida que
no es ecológico ni sostenible; por lo que medidas regulatorias en políticas de
vivienda urbana hacen falta por su interés social pero también por su interés
ecológico.
Las ciudades
más vivibles son las compactas y diversas y por eso tenemos también que parar
la gentrificación. La Nueva
Agenda Urbana que se aprobó en Quito, plantea la urgencia de
cambiar los modelos actuales de crecimiento urbano, afrontando los desafíos del
cambio climático y la resiliencia. Busca promover ciudades más incluyentes,
compactas y conectadas, limitando el crecimiento exponencial de la
superficie urbanizada. Porque la expansión física de las ciudades ha crecido
varias veces más que la población que las habita y eso ha supuesto el
crecimiento exponencial de las demandas de movilidad, la pérdida de suelos de
alto valor agrícola, ecosistemas y paisajes. Además, sigue en aumento el
porcentaje de la población mundial que vive en ciudades.
A los
ciudadanos nos toca exigir derechos, como el acceso a la vivienda y a espacios
de participación real que nos permitan intervenir de forma efectiva en el
desarrollo de la ciudad que queremos. La Plataforma de Afectados por la
Hipoteca (PAH) es un buen ejemplo de un activismo comprometido y efectivo de lo
primero y la lucha de la plataforma por un Bosque Urbano para Málaga (BUM) de
lo segundo.
Los poderes y gestores públicos deben garantizar la identidad y calidad de la ciudad como
espacio público compartido a través de políticas de planificación y diseño
urbano en el que la participación de vecinas sea determinante. La promoción e
incremento de parques públicos de viviendas de alquiler es imprescindible y
estos deben ser intransferible a fondos buitres.
Hace falta
mucha energía social y aportación crítica para conformar una nueva política en
materia de vivienda y ciudad. Y esa energía volcarla en la necesaria transición
hacia modelos urbanos más sostenibles y menos vulnerables ante la crisis
social, financiera, energética y climática.
Publicado enRevista El Observador el 11 de noviembre de 2021
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