Mujer y Trabajadora ¿no suena redundante?
Se habla de
tautología cuando se utilizan
palabras innecesarias que no añaden nada nuevo a la idea que se quiere
transmitir. Como una sinonimia o repetición. Este es el caso del
comienzo de una celebración cuyo origen fue bien triste.
Lo que la
inició, fue el recuerdo de una fecha desgraciada, la de un 8M, en la que se
produjo una horrenda matanza de 120 mujeres trabajadoras de una fábrica textil
de Nueva York. La Policía la perpetró en unas tremebundas cargas durante una
manifestación en la que pedían mejores condiciones laborales. Fue en 1875,
cuando las trabajadoras de una fábrica de textiles se plantaron contra los
bajos salarios, (cobraban menos de la mitad de lo que cobraban los hombres). Ese
doloroso episodio provocó que las trabajadoras fundaran el primer sindicato
femenino. La ONU oficializó esta fecha en 1975 durante el Año Internacional de la Mujer, que la Asamblea General de Naciones
Unidas había declarado en 1972. Después invitó a los Estados a declarar,
conforme a sus tradiciones históricas y costumbres nacionales, un día como Día
Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz
Internacional.
Y comienzo
este texto hablando de la redundancia al colocar dos términos juntos, porque la
mujer, además de otras cualidades o atributos posee el de ser siempre y en
todos los casos “trabajadora” Trabaja dentro y fuera. Trabaja cuidando dentro,
trabaja, y con menores salarios que sus compañeros, fuera. Era así en esa fecha
de 1875 y es así hoy, avanzado el siglo XXI. La mujer trabaja, pena y resiste,
pero siempre celebra la vida, aunque trabajando trague carretas de inequidad e
injusticia.
Como mostró
Silvia Federici, el trabajo reproductivo y de cuidados que vienen
haciendo graciosamente las mujeres es la base sobre la que se sostiene
el capitalismo. Y si fue una reivindicación laboral la que dio pie a esta
celebración del 8M, hoy tenemos que seguir saliendo a reivindicar
el trabajo doméstico, el asalariado malpagado y toda la metódica apropiación
de nuestra fuerza de trabajo, esa que producimos sin retribución ni
reconocimiento. Es lógico rebelarse contra lo que es injusto. Y la injusticia
se ha mantenido a lo largo de los siglos, en un inacabable conflicto, que aún
no hemos resuelto.
Pero aquí
estamos y saldremos, quiéranlo o no, asúmanlo o no; mano con mano, unánimes,
defendiendo el legítimo derecho que nos asiste para ocupar el espacio público,
para salir y preguntar por esa equidad que nos falta, para seguir preguntando
porqué sigue pareciendo remota la sociedad igualitaria que queremos. Sin
desmoralizarnos. Sin abandonar, porque cada año, -y van unos cuantos-,
seguimos encontrando motivos para salir a las calles a mostrar nuestra
indignación. Por las compañeras que sufren violencias machistas en cualquiera
de sus manifestaciones, por las que ya no están, por todas nosotras ahora, y
por las que serán. Porque sin nosotras no hay sociedad que perdure.
Solo
culminaremos la tarea cuando la sociedad experimente cambios profundos en su
forma de relacionarse. Necesitamos mirarnos en otros espejos, conocer la
historia de otras mujeres, lo que han hecho, lo que han logrado, cómo se han
organizado y cómo han resistido. Es necesario conocerlas y conocernos. Porque demasiado a menudo son desproporcionadas
las cargas que soportamos. Y las aligera saber que no estamos solas.
Y es que
hay, en la sociedad patriarcal, una fuerte conexión entre el proceso
extractivista de bienes comunes y la violencia en contra de las mujeres, en
forma de abusos de todo tipo. Pero somos las que damos y conservamos la vida,
las que mantenemos a la comunidad unida, siendo, además, las más fuertemente
golpeadas por los avances del capital en sus vueltas de tuerca a golpe de
crisis y acumulación de riqueza, y quienes sostenemos las luchas por la vida y
el territorio frente al expolio y la acumulación. Necesitamos leyes para
garantizar la igualdad.
No enfrentar
la cotidianeidad aisladas sino pensar la reproducción de la vida en solidaridad
y apoyo mutuo, para conocernos, compartirnos, escucharnos y para revalorizar las destrezas y experiencias de todas, las
de cada una; porque la desvalorización es en el núcleo de la violencia. Mientras,
nosotras a lo nuestro: a aplicar la colaboración y a aprovechar la sabiduría
colectiva para ocuparnos de los problemas.
Las mujeres sabemos de cooperación, sabemos que aisladas, no podemos
nada. Aisladas, ya estamos vencidas. Sin embargo, en la sociedad que nos
mantiene subordinadas a la otra mitad de la humanidad, nos cuentan que
necesitamos ser tuteladas porque somos débiles, porque somos incapaces… ¡Qué
lejos aún la transformación!
Publicado en
la Revista El Observador el 8 de marzo 2021
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