“El gobierno de los Bienes Comunes”, una relevante aportación de Elinor Ostrom
Revisó alternativas de gestión de los Recursos de Uso Común diferentes a las del Mercado y del Estado.
Elinor
Ostrom nació y creció en la pobreza junto a su madre, durante los años de la Gran
Depresión que empezó en 1929. Fue la primera de su familia en conseguir un
título universitario a partir del cual desarrolló una trayectoria notable, a
pesar de que, como ella misma admitía, la mujer no solía tener grandes
aspiraciones laborales en esa época. En el curso de un postgrado se introdujo
en el estudio de grupos de acción colectiva, observando cómo ponían a un lado
sus diferencias para afrontar problemas en común. Y eligió este tema para
realizar su tesis doctoral. Así comenzó su vasto análisis de la gestión de
lo común, que duró 5 décadas.
Sabiendo que
los sistemas de organización política son complejos, afirmaba que: “complejidad
no es lo mismo que caos”. Y concluyó tras analizar y contrastar gran
número de estrategias de gestión, que muchos de los problemas ecológicos que
generamos y luego queremos resolver con tecnología, se solucionarían mejor con
habilidad política y social. Se trata de administrar los recursos de los que
dependemos, organizándonos para que un uso desmesurado no nos prive del mismo.
En ese
sentido, Elinor Ostrom, dedicó buena parte de su labor como académica y docente
de profunda sensibilidad social, a estudios socioeconómicos y ambientales que
resolviesen y sintetizasen las actividades colectivas de gestión que se
correspondían con un aprovechamiento óptimo de los recursos comunitarios compartidos.
Porque los seres humanos somos capaces de interactuar para mantener a largo
plazo y sin deteriorar, los recursos que son comunes. Su obra culminó en el
reconocimiento por parte del Comité del Premio Nobel en 2009, que la galardonó
en el área de Economía.
El manejo de
los bienes comunes, los derechos de propiedad, el capital social y la acción
colectiva eran los elementos que incluía en su ecuación. Cómo acertar en el uso
del capital natural para que se conserve la diversidad biológica y se asegure
la subsistencia económica de los dueños de ese capital. Para ello consideró
fundamental la capacidad de comunicación
entre los individuos. Ese es el motor para la cohesión y la cooperación y
confiere a la organización social un sentido profundo y amplio. Cuando esto no
se da, se consiguen sociedades desiguales y conflictivas.
Decía el
librero Paco Puche cuando presentó, en 2016, dentro de la colección de cuadernos
de apoyo mutuo, la figura de esta politóloga estadounidense, que desde que le
dieron el Nobel en 2009 no había conseguido encontrar su obra cumbre: “El
gobierno de los Bienes Comunes” en ninguna librería española, afirmando
socarronamente que la Academia la había ignorado por ser demasiado
contrahegemónica. Y así es. Las lecciones que se extraen de su obra no casan
bien con la escuela neoliberal (escuela de Chicago y su idea del libre mercado)
que ha imperado en la enseñanza de la ciencia económica desde mediados del
siglo XX, y que es aceptada e impartida en universidades de todo el mundo.
El trabajo de Elinor Ostrom constituye una magnífica aportación a la búsqueda de alternativas que permitan conservar la diversidad biológica y a la vez contribuir al desarrollo de las comunidades, sin destruir los sistemas y recursos naturales de los que dependen.
Sus
investigaciones mostraron que una serie de fuerzas, más allá de las del mercado
y los Estados, pueden generar una cooperación organizada, de grupos que
utilizan recursos comunes. La distinción con el Premio Nobel fue también un reconocimiento tácito del valor del capital
humano y del capital social de muchas comunidades indígenas y rurales que
poseen sus propias formas de organización social, política y productiva. A la
luz de su trabajo, cabe preguntarse por qué este capital humano y social y los
valores en que descansan no son asumidos como el núcleo del desarrollo de un
país. A través de sus estudios ha llegado a la conclusión de que hay soluciones
alternativas a las planteadas por los teóricos
del Estado o de la privatización, ya que estas no son, ni lo serán en el
futuro, las únicas vías para resolver los problemas sobre el deterioro de
"recursos de uso común". En muchos casos, tanto la gestión estatal como
la privatizada han provocado la destrucción de los bienes comunes naturales, la
devastación de los ecosistemas, ocasionando estragos en las especies y en la diversidad
genética, además de erosionar el capital social de las comunidades dueñas.
Sus
investigaciones son relevantes a la luz de los graves problemas
socioambientales que afectan a la “aldea global” en que nos hemos convertido y
de los esfuerzos que serán necesarios para alcanzar acuerdos de alcance mundial
entre gobiernos.
Ostrom hablaba
de “la trampa de la panacea”: No podemos pensar que hay un modelo
de gestión universal aplicable a todos los casos y recursos, no hay una fórmula
mágica, sino que es necesario analizar cada situación y asumir la diversidad
ecológica y social, para adaptarnos a ella.
Además, Elinor Ostrom resalta la importancia
de los actores locales en la solución de problemas ambientales globales. En ese
escenario, Ostrom anima a promover el manejo comunitario de bosques y recursos hidrológicos, pesca y sistemas de irrigación, pastizales,
etc. para que sean sostenibles en el largo plazo, porque se convertirán en vías
de desarrollo económico autónomo para las comunidades dueñas o gestoras de las
tierras, bosques, montañas, pastos… Independientemente de las capacidades técnicas
de un país, reside en las comunidades que poseen los recursos forestales,
hídricos, pesqueros etc. y en su cohesión social, sus conocimientos y sus
sistemas de gobernanza, el uso sostenible del capital natural. La cohesión
social de las comunidades es un elemento esencial para que se organicen y
funcionen razonablemente; sin embargo, se somete recurrentemente a manipulación
política o limitaciones de tipo económico o demográfico a estas comunidades.
El “manejo”
del planeta de acuerdo con el criterio exclusivo del rendimiento económico de
las empresas y la monetarización de todos los afanes humanos, están
arrinconando a la humanidad en un callejón sin salida. Se niegan las
necesidades colectivas no ligadas al mercado, ese que derrocha enormes
cantidades de recursos finitos, y que excluye a grupos cada vez mayores de la
población mundial.
Un modelo
durable de desarrollo, modificaría profundamente los estilos de producción y de
vida y las formas de consumo. Sería un modelo de reforzamiento de redes
ciudadanas y de solidaridad.
Elinor
Ostrom se refería al desarrollo sustentable como "un prerrequisito” para
cualquier desarrollo futuro. Una sostenibilidad en los niveles local y nacional
que contribuya a la sostenibilidad global.
En los países
que poseen una elevada y ampliamente distribuida población rural, que depende
de los bienes de los sistemas naturales para subsistir y que a menudo es dueña
de las tierras donde se encuentran esos ecosistemas, la estrategia de conservar la biodiversidad "sin
tocarla", como proponen algunos conservacionistas, es un enfoque
limitado para preservar la biodiversidad.
Sin embargo,
los procesos diversificados y sostenibles de extracción de componentes de los
ecosistemas, constituyen mecanismos para dotar de alternativas de sustento
económico a los dueños de esos recursos y alternativas compatibles con la
conservación de las características estructurales y funcionales de los
ecosistemas, que son los factores determinantes para la provisión de los
servicios y bienes ambientales que recibimos de los ecosistemas.
Elinor Ostrom
diseñó un sólido marco conceptual para la gestión de los recursos comunitarios
de bosques y áreas naturales en general, mostrándonos lo que descubrió
observando y analizando el modo en que gestionan lo común diversos grupos
humanos en diferentes lugares del mundo. Un legado que no debemos perder.
Publicado el
9 de febrero de 2021 en Blog Sostenible
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