Rachel Carson y su “Primavera Silenciosa”
En 1962 la escritora y bióloga marina Rachel Carson publicó “Primavera silenciosa”, una
investigación sobre el uso generalizado de pesticidas, en donde denunció que
los venenos utilizados se acumulaban en la cadena alimentaria, con enormes
riesgos para la salud humana y terribles efectos para flora y fauna: “Polvos
y aerosoles ahora se aplican casi universalmente a granjas, jardines, bosques y
hogares. Productos químicos no selectivos que tienen el poder de matar a todos
los insectos, a los “buenos” y a los “malos”, de calmar el canto de los pájaros
y el salto de los peces en los arroyos, de cubrir las hojas con una película
mortal para luego permanecer en el suelo. Todo esto, aunque el objetivo deseado
puedan ser solo unas pocas hierbas o insectos”, escribió. Algunos autores
habían sugerido anteriormente que los plaguicidas modernos planteaban peligros,
pero ninguno escribió con la elocuencia de Carson.
Primavera Silenciosa no solo se enfocó en los peligros de los pesticidas químicos, fue una historia magistral sobre el mundo natural, convirtiéndose en uno de los primeros libros sobre ecología que impregna la cultura popular.
Carson había demostrado ser una escritora de gran talento, capaz de
tomar material científico árido y convertirlo en una lectura interesante para
el público en general. Al recibir el Premio Nacional del Libro dijo: “Si en mi
libro hay poesía sobre el mar no es porque lo expresé deliberadamente, sino
porque nadie podía escribir con sinceridad sobre el mar y dejar de lado la
poesía”. En 1955 completó su trilogía de temática marina con The Edge of the
Sea (“El borde del mar”), que se publicó inicialmente en The New Yorker y se
convertiría en éxito de ventas.
Rachel era alegre, tierna y sosegada cuando escribió sus tres libros
sobre el mar. Pero “Primavera silenciosa” es sobrio, más denso
y mucho menos optimista sobre la relación entre nuestra especie y la naturaleza.
Contribuyó a un
nuevo conocimiento del lugar que ocupa la especie humana en el mundo y a
promover políticas y conductas para preservar ese mundo. Fue Rachel Carson la
que ayudó, con su libro y su testimonio, a la creación, años después de su
muerte, de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA), a
controlar el uso del DDT y de otros pesticidas, a la celebración del Día de la
Tierra, a las leyes que se dictaron en muchos países del planeta sobre
pesticidas, insecticidas, fungicidas, rodenticidas y productos similares y, en
fin, al desarrollo del movimiento filosófico y político que hoy llamamos
ecologismo.
En
“Primavera silenciosa” Carson trata, de manera precisa pero asequible para
todos y con narrativa sencilla, la relación de la vida con el medio
ambiente. Su libro era un grito al público lector para ayudar a frenar los
programas públicos y privados que, mediante el uso de venenos, terminarían
destruyendo la vida en la tierra. Para asegurarse de que se conocieran los
hechos, los relata y los documenta con 55 páginas de referencias. Temía a los
venenos insidiosos, que se propagan en forma de aerosoles y polvo o que se agregan
a los alimentos, mucho más que a los desechos radiactivos de una guerra
nuclear.
Carson
aplaudía las alternativas al uso generalizado de productos químicos
venenosos. Por ejemplo, señalaba el control exitoso de insectos escamosos
con escarabajos mariquita en la "enfermedad láctea". Y es que, muy
a menudo, las especies dañinas nuevas en un área dada, han dejado de ser un
problema cuando aparecen o se introducen sus enemigos naturales o sus
equivalentes. La lucha natural por la supervivencia puede mantener el
número de plagas en un nivel bastante bajo. Este enfoque, como subrayaba
Carson, rara vez crea nuevas plagas, mientras que las campañas de exterminio químico,
a menudo lo hacen.
Era difícil
refutar las declaraciones cuidadosamente documentadas de Rachel Carson. Pero
fueron muchos los ataques de usuarios de biocidas por aquella época, defendiendo
sus motivos y métodos. Esgrimían argumentos que, admitiendo el peligro de
estos productos químicos, insistían en que las sustancias podrían ser útiles usadas correctamente. Evidentemente
no hacían mención a calamidades observadas tras la aplicación de los venenos,
como sí lo hacía con profusa documentación "Silent Spring". Y es que,
además, el noventa por ciento de todos los insectos son buenos, y si mueren,
los servicios que prestan se desvanecen de inmediato.
El libro
menciona que en 1960 los ciudadanos privados de América invirtieron más de 750
millones Ֆ en venenos para matar insectos, ratas, peces no deseados,
hierbas y otras “plagas”. Los gobiernos federales, estatales y locales
gastaron una cantidad aún mayor para poner veneno en tierras públicas
(incluidos bosques nacionales, parques y bordes de carreteras) y en propiedad
privada (muchos de cuyos propietarios se opusieron vehementemente a dicho
tratamiento). Comprensiblemente, los fabricantes, distribuidores y
aplicadores de todas estas toneladas de productos químicos esperaban que
aumentase la demanda de pesticidas. Para expandir sus negocios, invertían
gran cantidad de dólares en investigación y promoción. Con una inversión
financiera tan grande, necesitaban acallar las voces críticas.
Decía
Carson: “Ninguna enmienda a la
Constitución nos protege de este nuevo peligro. Si la Declaración de
Derechos no contiene ninguna garantía de que un ciudadano esté seguro frente a
venenos letales distribuidos por particulares o por funcionarios públicos,
seguramente es solo porque nuestros antepasados, a pesar de su considerable
sabiduría y previsión, no podrían concebir tal problema”.
No era probable
que el Congreso americano, a menos que lo exigieran suficientes personas,
votara las asignaciones para permitir que la Administración de Drogas y
Alimentos controlase los residuos venenosos en los alimentos. Los dos
criterios que los legisladores entienden son los votos y los
impuestos. Pocos votos y pocos impuestos provenían de grupos naturalistas,
como la Sociedad Nacional Audubon. Eran organizaciones (y sus revistas) de
pequeña circulación y con poco dinero para gastar en educar e influir en los
legisladores.
La industria
química estaba alterando el equilibrio de la naturaleza. Y "Primavera
Silenciosa” advertía que cantidades triviales de un veneno podían hacer que, cantidades
triviales de otro fuesen repentinamente desastrosas; y los venenos
almacenados en el cuerpo se toleran con buena salud, pero surten efecto
dramático cuando una enfermedad disminuye la resistencia del cuerpo. A lo
que la industria contestaba: “Cualquier daño causado por el uso de pesticidas
está sobrecompensado por el bien que hacen".
La autora se
enfrentó a uno de los problemas más graves que la Revolución Industrial, el
siglo XX y las conductas de nuestra especie, han dejado en herencia al futuro,
y a quienes vivan ese futuro en nuestro planeta: la contaminación y sus
efectos. Rachel escribió en Primavera silenciosa que:
[…] por
primera vez en la historia del mundo, todo ser humano está ahora en contacto
con productos químicos peligrosos, desde el momento de su concepción hasta su
muerte… Se han encontrado en peces en remotos lagos de montaña, en lombrices
enterradas en el suelo, en los huevos de los pájaros y en el propio hombre, ya
que estos productos químicos están ahora almacenados en los cuerpos de la vasta
mayoría de los seres humanos. Aparecen en la leche materna y probablemente en
los tejidos del niño que todavía no ha nacido.”
El libro se
publicó por entregas en la revista New Yorker en 1962 y,
avisada la industria agroquímica sobre su contenido, intentaron impedir su
edición como libro. Los ataques fueron terribles, tanto a su libro como a ella
misma. Dijeron que sus datos no eran de fiar, aunque nadie lo pudo demostrar.
Llevaba cuatro años preparando el libro y, además de los textos que revisó, se entrevistó
y mantuvo correspondencia con gran cantidad de científicos y expertos sobre el
DDT y sus efectos. De ella se dijo que ni siquiera era doctora, como mucho una
técnico que venía de la administración. Y tuvo que aguantar insultos y
calumnias constantes. Un antiguo Secretario de Agricultura llegó a escribir, en
una carta dirigida al Presidente Eisenhower (que luego se hizo pública),
que “…como no se ha casado, a pesar de ser físicamente atractiva,
probablemente es comunista”. ¡Extraordinaria crítica científica a falta de
mejores argumentos!
Pero Rachel
sabía cómo contar esa historia utilizando la información científica a la que
accedía y compilaba, y seleccionó cuidadosamente su trabajo, ya que tanto ella
como su editor esperaban que el libro fuera examinado de cerca por científicos
y críticos. Eran 260 páginas de informes con historias atractivas, algunas de
gente común que lidiaba con problemas químicos en sus comunidades, a las que
Carson agregaría información científica o una explicación más detallada.
Cargada de citas científicas para apoyar su presentación de informes,
ilustrando conceptos más amplios, como el funcionamiento de las cadenas
alimentarias y los sistemas ecológicos.
Así que
cuando el libro se publicó, tuvo un éxito extraordinario. Llegaron los apoyos y
los elogios, aunque siguieron los ataques. Incluso 50 años después, en 2012 y
desde la revista Nature se le acusaba de provocar la prohibición del DDT en
Estados Unidos en 1972 (en España se prohibió en 1971) debido a la difusión y
popularidad de su libro. Una crítica que se centraba, sobre todo, en la
utilidad del DDT en la lucha contra el mosquito de la malaria.
En realidad,
nunca se prohibió el DDT en las fumigaciones contra el mosquito de la malaria
cuando era necesario, y en muchos países se sigue utilizando con ese fin. Carson nunca se opuso a la utilización de
insecticidas, y en concreto del DDT, en el control de la malaria pero, sí que
pidió más vigilancia en su uso.
Desde el
punto de vista conceptual y biológico, Rachel Carson popularizó que nuestra
especie no es dueña de la naturaleza, sino parte de ella como cualquier otro
ser vivo. Lo aceptáramos o no, éramos, y somos, parte de esa naturaleza.
Primavera
silenciosa era
el compromiso de una mujer que pasó por una mastectomía en 1960 por un cáncer
de mama, que se le diagnosticó mientras preparaba y escribía el libro. Murió dos
años después de la publicación del mismo, en 1964. El cáncer de mama se
asociaba a la exposición a productos químicos carcinogénicos y al DDT se le
consideraba entonces un producto cancerígeno.
Carson pidió
el establecimiento de alguna agencia reguladora independiente para proteger a
las personas y al medioambiente de los peligros químicos, y afirmó que uno de
los derechos humanos más básicos era el “derecho del ciudadano a estar seguro
en su propio hogar contra la intrusión de venenos aplicados por otras
personas”. Solicitó el control estricto de la fumigación aérea de plaguicidas,
la reducción y eventual eliminación del uso de plaguicidas persistentes, y más
investigación dedicada a los métodos no químicos de control de plagas. Con este
libro consiguió que mucha gente se preocupase por la ética ambiental y ayudó a
sentar las bases de una conciencia ecológica de masas, estableciendo la
conexión entre lo que sucede en la naturaleza y la salud pública, especialmente
si se trataba de un nuevo tipo de contaminación, invisible, que podía infiltrar
la biología a nivel celular y molecular, acarreando daños acumulativos y
generacionales a las aves, los peces y los seres humanos.
El próximo
año se cumplirán 60 desde la publicación de Silent Spring, y ante el
empeoramiento de las condiciones ambientales y sanitarias a nivel mundial, las
nuevas tecnologías destructivas y el agotamiento de recursos, vale la pena
recordar y valorar el trabajo pionero de Rachel Carson: “Todavía hablamos en términos de conquista. Todavía no hemos madurado lo
suficiente como para pensar que somos solo una pequeña parte de un vasto e
increíble universo”, había dicho Carson. “La actitud del hombre hacia la naturaleza es hoy de importancia crítica
simplemente porque ahora hemos adquirido un poder fatídico para alterar y
destruir la naturaleza”.
Carson ayudó
a cambiar nuestra manera de ver el mundo y nuestro lugar en él.
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