LA VIDA EN PELIGRO ¿CUESTIÓN DE TAMAÑO?
Los relatos que nos contamos acerca del mundo y su convulsión global,
pueden ser peligrosamente erróneos. Especialmente en un momento que cada vez
parece más distópico. ¿Nos atreveremos a corregirlos? ¿Seremos capaces de hacer
mejor las cosas?
Decía Paul Kingsnorth que el empuje de la máquina humana -sus dientes y
sus piñones, su producción y su consumo, la forma en que convierte la
naturaleza en dinero y nombra al proceso “crecimiento”- no va a cambiar
de dirección. Pero necesitamos con urgencia que cambie.
Somos pocos los que admitimos que estamos viviendo un colapso. Y, sin
embargo, nadie puede dejar de ver las consecuencias de medio siglo de “crecimiento”
a golpe de deuda. Incluso viendo cómo se desmoronan las “economías” no se
quiere aceptar desde ninguna institución nacional o internacional que el
sistema se descompone entre otras cosas porque la organización social está
alcanzando unos niveles de desigualdad que rompen todos los diques.
El territorio en que desarrollamos nuestra actividad soporta
alteraciones de gran magnitud, cuyos principales causantes y a la vez
sufrientes somos nosotras. Naciones
Unidas decidió dedicar este año 2.020 a la Biodiversidad, ya que nuestra
actividad está provocando tasas de extinción abrumadoras, al contar un millón
de especies de plantas y animales en peligro de extinción en todo el mundo. Por
nuestra causa. Sin embargo, nuestra especie no es dueña de la naturaleza, sino
parte de ella. Sabemos que hay una relación indisociable entre los humanos y
las redes de la vida. No podemos negarlo con la pandemia que padecemos y las
correlaciones entrelazadas.
La crisis global en que estamos inmersas es de “crecimiento”. La
escuela neoliberal dirá, que de escaso crecimiento, pero en realidad lo es de
exceso. Los bancos, en la anterior crisis, eran de tal tamaño y poder que su
quiebra hubiera arrastrado toda la economía global. Se les inyectó enormes
cantidades de dinero público, en un intento de evitar el desastre. Las grandes
corporaciones han crecido hasta arrollar a las democracias y crear una
plutocracia global que no se sabe bien a qué intereses sirve. Con lo que
llevamos de 2.020 deberíamos “caernos ya del guindo” tras la experiencia
con la pandemia, de la que saldremos muy maltrechos. Pero no. Apenas pasada la
desescalada, vuelta a pretender crecer cuando estamos tocando los límites hace
tiempo. Sirva de reciente ejemplo en nuestro país la fusión de dos bancos
(Bankia y CaixaBank) que acaba siendo la mayor entidad bancaria en España. Eso
significa que no somos capaces de acabar con el paradigma del crecimiento. La
privatización de Bankia y su fusión con CaixaBank va en la dirección de
fortalecer el pensamiento dominante
sobre la necesidad de crecer. Tal fusión refuerza todavía más
la concentración bancaria y el excesivo poder político y mediático de la
banca privada, la más extensa en términos proporcionales y la más poderosa de
todas las bancas en la Unión Europea, como ha afirmado Vicenḉ Navarro en reciente tribuna en Público.es https://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2020/09/17/lo-que-no-se-dice-sobre-la-privatizacion-y-fusion-de-bankia-con-caixabank/ donde además hace un excelente análisis comparativo entre banca
pública y privada y las consecuencias de elegir una u otra.
Y sobre este dilema se ocupó un economista el siglo pasado, Leopold
Kohr, aunque no se le dio crédito a su idea sobre la escala adecuada para
abordar los procesos en cualquier sociedad u organización humana. Es el caso en
este postrero capitalismo herido de desproporción. Decía: “donde algo
no funciona, hay algo demasiado grande”. Según él, los estados pequeños,
las pequeñas naciones y economías, son mas pacíficos, prósperos y creativos que
los grandes poderes y las superpotencias. Cada vez lo vemos con mas rotundidad.
Según Kohr, los problemas de la sociedad no están causados por una
determinada forma de organización social o económica en particular, sino por el
tamaño de la misma. Capitalismo, socialismo, democracia liberal… Todos podrían
funcionar si mantienen una escala humana. Una escala en que la gente pueda
formar parte de los sistemas que les gobiernan. Cuando crecen demasiado, acaban
volviéndose opresores. Así, concluía que el problema es el tamaño. Quiso
demostrar que cuando alguien tiene demasiado poder, -en el sistema que sea-,
abusa de él. Por tanto, proponía que se limitase la cantidad de poder con la
que cualquier persona, organización o gobierno pudiera hacerse.
La solución a un problema político por ello, no está en reforzar la
unidad, el pensamiento único, la homogeneidad, sino en aumentar la
fragmentación. Tamaño y poder en equilibrio. Los estados y las economías
pequeñas son mas flexibles, mas capaces de sortear las tormentas económicas y
menos propensos al belicismo. Están mas sujetos a la vigilancia de sus gentes.
Por lo mismo, también son mas creativos. Y es que lo grande, predijo Kohr, solo
puede desembocar en algo aún mayor, pues “…aquello que crece mas allá de
unos límites dados empieza a sufrir el problema incontenible de sus
proporciones desmesuradas”. Superada cierta barrera, el único rumbo posible
es el de acumular mas poder para intentar dominar el poder que ya se tenía. La
insistencia en el crecimiento económico al que volvemos una y otra vez, está en
esa fase imparable, de crecimiento cancerígeno que nos aboca al colapso.
En Málaga podemos constatar ese desproporcionado gigantismo al que se
ha llevado al urbanismo especulativo
(desprecio por valores patrimoniales arquitectónicos, rascacielos en el dique
de cruceros con serios problemas de corrosión y de todo tipo, rascacielos en
Martiricos, cuatro torres en los antiguos suelos de Repsol a pesar del
enfrentamiento con plataformas y ciudadanos que piden un pulmón verde en una de
las zonas con mas densidad de población de toda Europa…demasiado cemento y
demasiado poco verde en una ciudad saturada). También desproporcionado
gigantismo en el sector turístico
(hoteles –ahora parcial o totalmente cerrados-, muchos, demasiados… saturando
todo nuestro litoral, establecimientos de restauración y ocio con un profuso
crecimiento tan desmesurado que no aguantará en pie si no reduce su tamaño
adaptándolo a una realidad de moderación necesaria…)
A lo largo de la próxima década tenemos que transitar con rapidez hacia
un nuevo modelo de prosperidad que proporcione lo necesario, respete los
límites planetarios y, sobre todo, se base en la equidad. Pero, sin embargo,
parece que la inercia hace que la afrontaremos con mas de lo mismo: una
política fiscal inadecuada que no solo mantiene, sino que ahonda la desigualdad,
un gobierno global en manos de corporaciones ciegas y en una carrera hacia el
gigantismo vendido como progreso, planes de ingeniería climática, que parten de
la asunción de que se puede estabilizar el clima sin renunciar al modelo de
crecimiento... En definitiva, la máquina del progreso al servicio de un
crecimiento inviable.
Conclusión: el gigantismo del sistema global lo llevará con toda
probabilidad a derrumbarse sobre sí mismo. Y no sabemos con certeza si el mundo
volverá a ser pequeño y libre, después de haber roto los equilibrios de la
biosfera y del planeta.
Tenemos escaso margen, pero hay que tomar la decisión global de virar
antes de que todo caiga.
Y me niego a ser pesimista respecto a la adopción de decisiones
difíciles pero necesarias.
Publicado en Revista el Observador el 29 de septiembre 2020:
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