El cambio decisivo: el de sistema
El sistema que nos rige hoy, es una máquina universal para arrasar el medio ambiente y para producir perdedores con los que el propio sistema no sabe qué hacer. No vivimos tiempos agradables y es mucho lo perdido y lo que nos queda por perder. En el mundo inventado por el capitalismo ha servido el “divide y vencerás” para disolver la disidencia.
Llevamos
tiempo soportando una ofensiva contra la tierra y se ha sustituido el contrato
social por la “ley del mercado”. Esto hay que cambiarlo.
Suponer que
cualquier cambio, por el mero hecho de que contribuiría a la justicia, a la
igualdad y a la paz, solo necesita ser explicado para ser adoptado es una
ingenuidad. Triste e irritante. Y es que, siendo las relaciones de poder las
que son, es difícil no sentirse estúpida haciendo propuestas de cambio que nos
proporcionen una posibilidad porque lo que necesitamos en primer lugar es
conseguir poder.
Como
manifestó Susan George antes de que alumbrara este siglo: ¡Son tantas las
actividades y debates a las que asistimos y en las que participamos con pasión,
que acaban con entusiastas proclamas sobre lo que tendría que ocurrir y no
ocurre! ¡Tantos esfuerzos bienintencionados que no tienen en cuenta la
dimensión crucial del poder y su cinismo! Pero hay un número incontable de
personas sobre el terreno haciendo un buen trabajo local necesario, y de muchas
formas diferentes. Ese es el bagaje. Y
con ese bagaje planteaba George andar el camino de un cambio de época que nos
garantice algo mas que la mera supervivencia. Conociendo al oponente para
quitarle el poder.
A tenor de
la situación actual, nos puede parecer que, el desarrollo que hoy tenemos, ha
acabado siendo un fracaso lamentable, pero ha sido el desarrollo perseguido por
el sistema económico global que nos gobierna. Ha sucedido exactamente según lo
planeado. Podemos saber lo que se tendría que hacer si los objetivos reales
fuesen el reparto justo de la riqueza, poner fin al hambre, atajar el deterioro
ambiental… El problema, no es persuadir a quien detenta el poder, de que sus
políticas son erróneas, sino obtener el poder para hacerlo nosotras.
Quiero un
mundo diferente, aunque no sea perfecto. La cuestión es cómo encontrar formas
para detener a un capitalismo transnacional que no puede detenerse por sí solo.
Con las empresas transnacionales y los flujos financieros sin inhibiciones
hemos alcanzado una fase maligna que va a seguir devorando y eliminando “recursos humanos y naturales” aún a
sabiendas de que debilita la base que lo sostiene y de la que depende. Por eso,
hay que cambiar las reglas. Y se cambian consiguiendo el poder.
No hay un
programa perfecto. Nadie lo tiene jamás. Es difícil inventar soluciones no violentas,
pero hay que derribar la tiranía transnacional antes del desastre total. El
sistema fomenta la separación, la división, la competencia. La estrategia debe
pasar por la unión y la cooperación política. Establecer alianzas con todos los
sectores sociales que pierden en esta economía. Trascendiendo generaciones,
sectores, fronteras… ponerse de acuerdo en lo fundamental. No hace falta estar
de acuerdo en todo para trabajar juntas sobre algo. Sólo son intolerables los
grandes depredadores y contaminadores. La tarea de todas las tareas es volver a
tejer el tejido social que el neoliberalismo ha desgarrado.
Nos juntamos
a protestar cuando se vierten residuos tóxicos en nuestro pueblo, cuando se destroza
el territorio con infraestructuras innecesarias, cuando se contamina la fuente
de la que bebe la comunidad… Al atacar la sostenibilidad necesaria de lo
cercano, nos vemos impulsadas a protestar para frenarlo. Pero no bastarán las
protestas y los cambios en la escala local. El estado debe estar en medio
frenando la voracidad transnacional. Reforzar la democracia local y nacional y
crear economías disidentes paralelas
es fundamental. Lo mas difícil es crear una globalización alternativa.
Reconstruir la economía global de abajo arriba sobre sociedades saludables y
equitativas. Utópico hasta que lo consigamos.
Hay millones
de empleos en la “economía social” o tercer sector, entre el sector público y
el privado; que los gobiernos no ven porque existen, sobre todo, en forma de
necesidades insatisfechas.
Sabemos que la
naturaleza
es el mayor obstáculo para el futuro del sistema de “libre mercado” porque a
escala global la presión es extrema. Una presión sobre los límites de la
biosfera que amenaza el futuro tras haber sobrepasado algunos umbrales
naturales. Caminamos en la cuerda floja. Y ello porque vivimos hoy en un mundo
trágicamente mal gestionado. Porque ha resultado que el modelo de libre mercado
es antieconómico.
Hay unas
cuantas recetas planteadas por economistas heterodoxos, investigadores,
pensadores, activistas, que contribuyen a enriquecer el debate sobre el modo en
que tomar las riendas y generar la transformación, implicando en el debate a
toda la sociedad. Hay que abordar un plan global de acción.
A modo de
ejemplo, una medida imprescindible sobre la que plantear debate tiene que ver
con repensar el reparto del trabajo remunerado, la jornada laboral, la
redistribución de la riqueza, y la renta
básica. La economía capitalista ha construido formas de reproducir el
capital en las que el trabajo humano es cada vez más prescindible. La
extracción de cantidades ingentes de materias primas de territorios colonizados
y la generación de cantidades ingentes de residuos se logra con ingentes
cantidades de energía y no tanto “trabajo humano”. Ante un menor requerimiento
de tiempo de trabajo humano global, se impone una reducción fuerte del tiempo
de trabajo, que permita reducir la producción total (menos presión a la
naturaleza) y un mayor y mejor reparto del trabajo entre toda la población
activa, esta es una cuestión fundamental. Al menos mientras estemos abusando de
una energía que sabemos menguante. Cuando no dispongamos de tanta energía y su
TRE sea escasa volveremos a precisar manos y brazos humanos.
Estamos viendo,
sin embargo, la reticencia de nuestro gobierno, que mantiene un difícil
equilibrio y no se decide a aprobar en las actuales circunstancias, una renta social extraordinaria. Al ingreso mínimo vital comprometido en el
acuerdo de coalición le queda, me temo, bastante discusión por delante para
salir adelante.
Hay que
someter a los gobiernos, tal y como hace el poder económico, a una presión que
los obligue a hacer frente a los desajustes generados por esta economía
disfuncional. Somos, ante todo, personas y ciudadanas, no engranajes de un
sistema productivo, ni consumidores, ni súbditos. Pero hay que arrancar el
poder de las manos del Mercado.
Publicado en
Ecologismo de Emergencia el 15 de abril 2020
Comentarios
Publicar un comentario