Las decisiones colectivas por un interés común. Cambio Climático
Hace pocos días se celebraba El Día Mundial de la Población, que cada 11 de julio conmemora que en 1987 la población mundial llegó a los cinco mil millones de personas. En 2050 seremos (si no pasa nada antes) 10.000 millones, un 30% más que ahora y el doble que a comienzos de siglo. Y siete de cada diez vivirán en núcleos urbanos.
Con esos
niveles de población, de porcentaje de la misma que vive en ciudades, y teniendo
en cuenta los actuales niveles de urbanización, infraestructuras, agricultura o
consumo de energía, se puede determinar qué regiones serán las más amenazadas
por necesidades crecientes de alimentos, energéticas o de nuevos espacios
urbanos. Hay estudios que concluyen que el desarrollo humano, en las próximas
décadas, supondrá el acaparamiento de un 20% de los hábitats naturales que
quedan. Así que si en 2050, el 70% de la población vive en núcleos urbanos, y
las ciudades se saturan (lo que ya ha sucedido en algunas) sería deseable y se
esperaría que, según vaya creciendo la población de los núcleos urbanos, los
vayamos haciendo más habitables. Ya hay ciudades encaminadas, pero en cambio
otras, en especial las que aún no han visto esos niveles de saturación, se
encaminan a un asfixiante abarrotamiento, como si no fuera posible aprender de
la experiencia ajena para evitar lo peor, antes de hacerlas invivibles. Y
entretanto, los efectos del Cambio Climático poniéndonos frente a la cruda
realidad, que muchos no quieren ver.
A pesar de
que los científicos llevan décadas avisando sobre el cambio climático. A pesar
de avances esperanzadores impulsados por la tecnología, para el control de
emisiones o captura de lo emitido, el Cambio Climático sigue en marcha y nosotras
seguimos pisando el acelerador.
Pisa el
acelerador un sistema económico capitalista y neoliberal para el cuál, el CC
deja de ser ciencia para convertirse en política. Pero es evidente que, hay
efectos innegables que afectan a la economía y a la vida: un océano más ácido,
cálido y elevado: sus efectos tienen costes económicos además de ambientales y
sociales. Temperaturas a las que no podremos adaptarnos, acumulación de
residuos, escasez de agua dulce en amplias zonas, aumentos de los desiertos…
En principio,
y para obligar a levantar el pie de ese acelerador que son las desbocadas
emisiones, hay que conocer los equilibrios de fuerzas ideológicas e intereses
particulares que confrontan en el tablero global donde se dirimen las
decisiones importantes. Y la imposición de decisiones que no representan el
interés de la mayoría, sino de minorías poderosas que no juegan en pro del
interés colectivo. Es lo que tenemos enfrente. Lo que está impidiendo que hagamos
caso a Greta Thumberg. Son demasiadas ya, las ocasiones en que determinadas
economías, corporaciones o intereses privados consiguen convertir los hechos
probados por la comunidad científica en “política
opinable”. El sistema se ha venido defendiendo al fomentar la duda sobre el
consenso científico acerca del cambio climático, su origen humano y su
gravedad. A través de programas de lobbying y relaciones
públicas, grandes corporaciones e industrias transmutaron el cambio climático,
de certeza científica en cuestión política, y, por lo tanto, polémica, para
seguir retrasando lo necesario…Y nos vamos quedando sin tiempo. Y además
agravando las condiciones con cada decisión de política neoliberal.
La comunidad
internacional, a partir de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992, y
el Protocolo de Kyoto, en 1997 ha ido adoptando medidas tibias, insuficientes y
en muchos casos, inadecuadas, cuando no abiertamente lesivas para nuestro
futuro común. Y es que ha jugado un papel desgraciado, la desinformación,
que nunca es inocua. Y quitar
gravedad a los informes, que periódicamente ha publicado el IPCC.
Desde que
Gro Brutland en 1987 coordinó el Informe “Nuestro
Futuro Común” y hasta este 2019, han pasado mas de tres décadas y los
impactos del cambio climático se han vuelto incuestionables. Los récords se
suceden: de temperaturas más altas, de mayores incendios, de huracanes más
potentes, de sequías más intensas, lluvias más torrenciales. De desplazamientos
masivos.
La realidad
ante nuestros ojos nos empieza a abrumar, pero ahora, el tiempo es mucho más
escaso.
Hay que decidir
colectivamente a través de instituciones internacionales sobre aquello que
atañe a nuestro futuro y a cómo lo abordamos. Disponemos para ello de análisis
que nos asesoran en procedimientos y mecanismos suficientes para que la toma de
decisiones sea adoptada con garantías, con debate, pero sobre todo con urgencia.
Porque hemos estado perdiendo el sentido de la realidad, sumidos en una
realidad filtrada por un sistema que está poniendo en peligro nuestra vida,
nuestro planeta, nuestro futuro. El desprecio de los hechos, el desplazamiento
de la razón por parte de la emoción y la corrosión del lenguaje devalúan la
verdad. Un ejemplo de cómo los populismos encuentran un buen abono para
explotar las emociones podría ser este: A Europa llegan millones de personas
que, hasta hace unos años, tenían vidas muy parecidas a las nuestras. Han
aparecido en las fronteras del rico norte, aluviones de refugiados que nos hacen
conscientes de cuán frágil es la presunta seguridad de nuestras vidas. La
inmigración nos provoca ansiedad. Al margen de los sentimientos solidarios o no
que despiertan, que también. Y es que también se cierne sobre nosotras el miedo
a perderlo todo, latente, por la creciente precariedad de la vida occidental. Ya
no son solo los desdichados allende nuestras fronteras que se desplazan
buscando lugares donde mejorar sus vidas; es la incertidumbre de un porvenir
plagado de eventos que no podemos prever o controlar. Y cuando ves a miles de
refugiados que acampan en una estación de tren europea, te das cuenta de que
sus pesadillas son realidades que puedes ver y tocar. Y que te cuentan lo que
puede acontecer pronto también en este “primer
mundo”.
Con el
Cambio Climático no hay mucho margen para los errores de cálculo, ir hacia
adelante y además con prisas, que la emergencia apremia. Si el horizonte estuviera
más lejano y nos permitiera modular las decisiones, tal vez nos faltaría
audacia. Pero la realidad es la que es. Y la realidad va acompañada de
obstáculos. El terreno y reglas de juego lo marcan quienes tienen el poder y se
oponen a la transición, aunque a ellos también les apremia la misma crisis
climática, ecológica y de sistema. Siempre es duro el cambio, y dura será la
transición necesaria porque no nos hemos preparado. Solo con mucha gente
colaborando podremos hacer cambios. Los que son necesarios. Con templanza,
audacia, empatía, creatividad, ternura, y saber
vivir en la incertidumbre. Aprenderemos sin duda más de los errores que de
los aciertos, pero no podemos permanecer inmóviles porque no tengamos certezas.
La utopía puede consistir en minimizar la
distopía que se nos ha echado encima, o intentar eliminarla. Pero la vida es
crisis continua a la búsqueda de equilibrio. Si la crisis si es benigna, nos
adormece y no reaccionamos, pero al fin, es riesgo y búsqueda de equilibrio. Y
ahora va camino de ser inclemente.
Publicado en
Contrainformación.es el 17 de julio 2019
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