Biotecnología vs. Ecología. Su aplicación en la Agricultura. Modelos agrarios.
Estos días leí en redes una noticia que alguien compartía y en la que se afirmaba que había informes que concluían que los alimentos ecológicos no eran mas sanos que los demás. A esa afirmación contesté que sí afecta negativamente a nuestra salud, porque deteriora nuestro ecosistema, en el que desarrollamos nuestra vida, ese planeta del que sabemos que no hay repuesto. Alguien contestó a esto afirmando que es imposible para la agricultura campesina alimentar a 7.000 millones de personas, que esa no es forma de solucionar la sobrepoblación.
El debate
planteado es pues sobre la agricultura que tiene posibilidades (o no) de
alimentar a un mundo sobrepoblado.
Jeremy
Rifkin, antes de que alumbrara este siglo, expresaba en algunos de sus libros (“El
siglo de la Biotecnología”) la preocupación que le producían, muchos aspectos
de la naciente -en aquellos momentos-, revolución biotecnológica.
Los
biotecnólogos, a priori, ven el mundo de un modo reduccionista y se aplican a
un trabajo en el campo de la biología molecular como si fuesen ingenieros,
dedicados a corregir, recombinar y reprogramar los componentes genéticos de la
vida para crear organismos mas eficaces y útiles al servicio de la humanidad.
Sin embargo,
en el campo de la biología, los ecólogos se acercan a la naturaleza de otro
modo, integrador y sistémico. Ven la naturaleza como una sutil red de
relaciones complejas que implican tanto componentes vivos como inertes y su
interacción con la energía solar que activa el funcionamiento de la biosfera.
En base a
estos enfoques en el análisis y estudio de la vida, podemos decir, que se llega
a prácticas agronómicas bien diferentes.
Es decir, si
estas distintas formas de enfocar el estudio de la vida lo aplicamos en
Agricultura, veremos que los biotecnólogos
moleculares experimentan con formas de modificar la información génica de
los cultivos insertando genes o, más recientemente, editando genomas. El
objetivo es conseguir cultivos más nutritivos, o que resistan a herbicidas,
plagas, bacterias y hongos. Se asume que todo depende del organismo cultivado.
El éxito del sistema es altamente dependiente de insumos externos como energía,
fertilizantes y fitosanitarios con un uso pautado y efectos muy predecibles,
usando al suelo como soporte de la actividad o prescindiendo de él. Es una agricultura basada en el control. Mientras
que una agricultura basada en una aproximación ecológica desarrolla un manejo que aprovecha los recursos endógenos
del sistema: agua, suelo y diversidad, reduciendo así la dependencia de insumos
y energía externa. Aquí, el control es menor al ser el sistema y su manejo más complejos,
pero es menos dependiente de insumos y preserva más los servicios ecosistémicos.
Éstos son recursos o procesos de los ecosistemas naturales que nos benefician,
como agua potable limpia; o procesos como la descomposición de desechos.
La
Agroecología aplicaría esto último, añadiéndole el elemento social
imprescindible, siendo los agricultores depositarios y corresponsables de la
gestión de la diversidad cultivada. En contraposición, la agricultura
industrial derivada de la revolución verde y su versión más biotecnológica
basada en la aplicación de los Organismos Modificados Genéticamente (OMG), priman
la producción y el control, considerando los alimentos como mercancías.
Añadamos que
los derechos de propiedad intelectual
que se aplican sobre semillas, especialmente las modificadas genéticamente por
biotecnología, suponen también una limitación al uso y gestión de un recurso
básico para los agricultores, que es la diversidad cultivada, necesaria para
asegurar el derecho a la alimentación.
Son de suma
importancia en el uso de OGMs los marcos
normativos. Y estos marcos, surgen de la aplicación de distintas políticas nacionales e internacionales, no sujetas a
control ciudadano. En especial, aquellas políticas relacionadas con la
existencia y aplicación de Tratados de
Libre Comercio. Siendo esto así, resulta evidente que el debate sobre el
papel de las plantas transgénicas en
agricultura trasciende ampliamente el marco de las disciplinas biológicas,
de la investigación, de la I+D y de una supuesta neutralidad científica, ya que
tienen consecuencias que van mas allá. Esta es una de sus perniciosas
derivadas.
Al respecto,
hay que decir que la ciencia es un
sistema potente de generación de conocimiento, del que derivan productos y
servicios tecnológicos. Pero no es neutral. Entre otras causas porque no lo es
su financiación, ni las reglas que operan en la comercialización de sus
derivados, o la aplicación de derechos de propiedad intelectual, como las patentes. Rigen por encima, las reglas de mercado. Y estas operan en la agricultura y la
producción de alimentos.
El modelo de producción agrícola industrial
regido por un mercado global donde los productos agrícolas viajan miles de
kilómetros desde sus lugares de producción a los de consumo, tiene una insostenible huella de carbono, y,
aunque el coste económico y ambiental no se considera, lo pagamos todos. Grandes superficies de cultivo a nivel mundial y
dependientes de gran cantidad de insumos, -la mayoría monocultivos-, son las
que tienen más valor de mercado para el desarrollo de semillas transgénicas. Esto implica alejarse de la sostenibilidad
de los ecosistemas agrarios. Se estima que la inversión necesaria para poner
una planta transgénica en cultivo comercial supone una inversión de 136
millones de dólares y unos 13 años, datos para el periodo de introducción
comprendido entre 2008 y 2012 (gmoanswers).
Son varios
los cultivos transgénicos que llevan tiempo en producción por lo que se puede
ver lo que ha supuesto su introducción. Sirva de ejemplo el cultivo de la soja. Los principales productores son EEUU, Brasil
y Argentina y el porcentaje de plantación proveniente de semilla transgénica es
del 90% o superior. El 75% de la producción mundial se dedica al forraje
animal, a pesar que se sabe que las dietas basadas en ingesta de proteína
animal son perniciosas por la huella hídrica y el uso de suelo requerido por caloría consumida.
Este modelo favorece la destrucción de grandes superficies del Bosque Atlántico
y de la Amazonía brasileña. La intensificación de su cultivo ha producido
deterioro de suelos, disminución de la cantidad y calidad del agua, y efectos
negativos evidentes en biodiversidad. Ninguno de estos efectos podemos seguir
permitiéndolos si asumimos que necesitamos una Agricultura resiliente y que nos
permita contrarrestar las emisiones de GEI causantes del cambio climático.
Además, han aparecido malezas resistentes al glifosato y se han desarrollado
variedades transgénicas con resistencias a más de un herbicida.
Si
consideramos cuestiones socioeconómicas y siguiendo con la soja, se constata que
las explotaciones dedicadas a su producción, en Norte y Sudamérica, son
mayoritariamente de escala industrial propiciándose una concentración de la
tierra en menos manos. Esto ha desplazado a los pequeños y medianos propietarios.
En relación al empleo, en algunas regiones argentinas se estima que la
conversión a la soja ha destruido cuatro de cada cinco trabajos agrícolas (ver
informe de 2014 de WWF “El crecimiento de la soja, impacto y soluciones” y
citas en él contenidas). Transcurridos 5 años de ese informe, el deterioro de
ecosistemas y de empleo es mayor.
Hay quien
piensa que los transgénicos no son el principal problema, lo son quienes
ostentan el control de su uso y hacen negocios con los OGM. Admitir esto es un
primer paso. El siguiente es constatar el poder del oligopolio que concentra la
producción de material vegetal de reproducción, y el sistema de patentes que rige y controla la industria biotecnológica.
Añadamos los diferentes tratados comerciales firmados al amparo del proceso de
globalización desde los 90 del siglo pasado hasta la actualidad por nuestros
gobernantes. Si un investigador decidiera por su cuenta, poner a libre
disposición del mundo, plantones de fresas transgénicas con frutos de textura
mejorada, sería muy improbable que lo consiguiera. La razón es el empleo de
ideas, métodos y materiales que otros han patentado internacionalmente, de
manera que, aunque permitan investigar y publicar en el tema, si el desarrollo
logrado pretende entrar en producción, aparecerá la reclamación de los derechos de propiedad. Tendría que
negociar y pagar a obtentores de varias patentes, desde las metodológicas hasta
las que tienen que ver con el empleo de los genes. Se tiene patentado el uso de
todas sus aplicaciones prácticas conocidas.
También se
patenta la naturaleza. Se ha permitido patentar semillas como si fueran un
invento, una nueva máquina. Las semillas
cultivadas, además de seres vivos, son un recurso renovable, como el agua y
el suelo. Los tres son imprescindibles para la producción de alimentos. Desde
el punto de vista de su gestión, las semillas cultivadas encajan en la
categoría de los bienes comunes, tal
como se refiere a ellos la premio Nobel de Economía 2009, Elinor Oström. No son
ni del estado ni del mercado, su
custodia corresponde a las personas en cada lugar. Tienen en común con el
agua, que son un recurso que fluye en el tiempo y en el espacio. Las semillas de
uso agrícola, algunas cultivadas miles de años por generaciones de campesinos, ofrecen
diversidad de especies y variedades como resultado de las decisiones de los
agricultores al seleccionar semillas para el siguiente cultivo, además de
cruces genéticos fortuitos, de los procesos de adaptación de los cultivos a
manejos y condiciones ambientales locales, intercambios, etc. Esta
agro-biodiversidad está en grave peligro por un efecto colateral de la
revolución verde del siglo pasado que concentró sus esfuerzos en muy pocos
cultivos y variedades que desplazaron muchas de esas especies y variedades
tradicionales al ser menos productivas cuando los insumos no son limitantes o
por no tener mercado suficiente. Y ahí es donde operan los OGM.
Todas estas
consideraciones hay que tenerlas en cuenta, al adoptar un modelo u otro de
agricultura. Y urge que desde la responsabilidad política no se hurte este
debate fundamental.
Artículo
publicado en Contrainformación el 26 de abril 2019
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