Planificación urbanística y participación ciudadana
Hacemos
prospectiva sobre la ciudad cuando emitimos un pronóstico o predicción de cumplimiento más probable, basado en un diagnóstico del presente y de las
tendencias que preveamos incidirán sobre él. Y en ese “inventar” el desarrollo
futuro de la ciudad, debe tener un papel primordial la ciudadanía imaginando
como quiere vivir en ese espacio.
Así, la prospectiva es mucho más que una
forma de orientar el presente hacia el futuro. Es un conocimiento del futuro en
base a lo que hemos aprendido del presente. Y, por tanto, es un ejercicio de reflexión informada que nos puede ayudar a evitar
futuros posibles no deseables. Los pronósticos más interesantes serían aquellos
que posibiliten con más probabilidad la vida de los que habitarán el espacio
urbano futuro.
Desgraciadamente,
a pesar de la necesidad que tenemos de que se cumpla lo antedicho, podemos
advertir con preocupación que lo que se está produciendo es un reinicio de lo
que fuera hace ya una década la burbuja provocada por la especulación
inmobiliaria y su consecuente pinchazo, que nos dejó proyectos urbanos abortados
y a bastantes personas expulsadas del derecho a una vivienda digna que
contempla la Constitución. Y comienzan a consolidarse tendencias en muchos municipios
y ciudades, especialmente en los litorales, donde los síntomas de reactivación
del sector de la promoción inmobiliaria han dejado de ser síntomas y ya
padecemos horizontes invadidos de grúas que lo
evidencian. Es como si los actores políticos, financieros y empresariales que generaron
la burbuja y su posterior pinchazo no hubieran aprendido nada de ese
“estropicio” y vuelven a depredar el territorio con renovadas iniciativas especulativas.
Y es que, aunque
cambien los ciclos políticos y económicos, las ciudades deberían basar su dinámica
orgánica en planificaciones que provean hojas de ruta estables y consensuadas con
los ciudadanos que las habitan. Cuando el espacio urbano no se
planifica, los costos son mayores, el uso de los recursos es ineficiente y su
funcionalidad para las personas se resiente. Sin embargo, tanto el
planeamiento urbano como el territorial se siguen realizando a partir de los
criterios e instrumentos habituales hasta ahora, con
un papel donde el mercado y la oportunidad del negocio prima sobre los derechos
y los deseos de los ciudadanos. Parece que volvemos a una burbuja y la sobredimensión
constructiva, de modo que, sin duda alguna, se repetirán los graves problemas
que el crecimiento urbano en su forma más actual viene ocasionando.
La apelación
insistente al carácter sostenible
que se autoatribuyen los documentos de planificación urbanística respecto de
sus directrices y del horizonte de futuro que prefiguran, es puramente retórica
como se demuestra rápidamente tras su análisis técnico. Estas herramientas de
planificación en no pocas ocasiones son contradictorias
respecto de los objetivos que dicen tener y enfrentar y no siempre están
sólidamente fundamentadas. Es algo que plataformas ciudadanas como la malagueña
Defendamos Nuestro Horizonte, con una
larga trayectoria de oposición a la
construcción de un rascacielos en el puerto de Málaga, han comprobado una y
otra vez al analizar cómo los documentos y los
planes parciales han ido siendo modificados para que se ajusten al proyecto que
se quiere albergar o patrocinar. De este modo, un rascacielos, que no es una
necesidad para los ciudadanos de Málaga, se pretende traer a la realidad por la
oportunidad de negocio de actores externos, haciendo técnicamente lo necesario
para ajustar la documentación al fin de construirlo. Es demasiado habitual el
uso de argumentos falaces, incluso absurdos, esgrimidos por los políticos para
justificar lo injustificable. Un ejemplo: el impacto visual de la estructura en
el horizonte de Málaga se limita no mirando en la dirección del rascacielos,
¡un argumento de peso sin duda!
Lo que
deberían asegurar y contribuir a articular, es el debate para el diseño de la
futura planificación en base a los intereses de todas. Es ahí donde es
importante contar con un diagnóstico y un modelo de ciudad compartido para
llegar al diseño, también compartido, del espacio urbano futuro. Es decir, se
necesita un marco de participación colectiva, para garantizar el derecho de todas a la ciudad.
Sin embargo,
los documentos que implican la puesta en marcha de estas operaciones
inmobiliarias han sido elaborados en un marco caracterizado por unas
expectativas de crecimiento y demanda prácticamente ilimitadas y con una
cantidad desmesurada de suelo calificado como edificable. Y si no se cambia
este modo de actuar se acentuarán los problemas territoriales y urbanos
actuales y transferiremos al futuro problemáticas que claramente se podrían
evitar y hay que prevenir.
La fase clásica de información de los Planes
Urbanísticos (Generales o Parciales) produce exclusivamente acumulaciones de
información (las Memorias) que carecen de relaciones (transversalidad) y que
apenas cumplen una función justificadora de las decisiones planificadoras ya
adoptadas. Sin embargo, sólo desde la disponibilidad de un diagnóstico y una
prospectiva bien fundamentados y que cuente con los ciudadanos será posible
acertar con la futura ciudad y con las relaciones territoriales que la
sustenten y le den sentido.
Esa prospectiva requeriría considerar, entre otros
aspectos, la evaluación de la situación general de lo construido (el medio
artificial) y sus potenciales efectos, el diagnóstico social, con inclusión de
necesidades y demandas; la disponibilidad de un análisis de la dinámica
territorial y, finalmente, la evaluación real de los sistemas productivos de
todo tipo y su inserción en el territorio. También habría que considerar la
situación de los ecosistemas periurbanos, su capacidad de resiliencia, las relaciones
entre estos ecosistemas y el resto de realidad territorial o la modelización de
las consecuencias del cambio climático y su prevención.
Se deduce de lo anterior la necesidad inaplazable de
creación de unos nuevos marcos de referencia respecto de todas las escalas de
planificación (desde la planificación regional y subregional a la urbana) que
atiendan con nuevos instrumentos y protocolos a los actuales desafíos, y que
permitan la intervención de los ciudadanos.
La
conclusión de todo esto es que hay una urgente necesidad de reforma en la
política urbanística, que incluya una repolitización
del futuro. Y con esta expresión quiero decir, que tengamos en cuenta, que
el escenario futuro es una combinación de incertidumbre y responsabilidad, por
tanto, sujeto a procedimientos de
deliberación y legitimación colectiva. Ello sin duda implica asumir esos
cambios necesarios que inicien el debate informado
y abierto a la ciudadanía, respecto al diseño de la ciudad y el territorio
del que forma parte.
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