POLÍTICAS AGRARIAS, GLOBALIZACIÓN Y FEMINISMO
Las gentes
del medio rural se sienten abandonadas, cada vez mas, por los poderes públicos.
Es un sentimiento que tiene fundamento. Por desgracia para ellas. Para las
gentes que han vinculado su vida al terruño donde de sol a sol y de estación en
estación cuidan, mantienen, hacen florecer y conservan el legado y la sabiduría
que ellos a su vez recibieron, y que en muchos lugares se está perdiendo sin
remisión.
Hay mas o menos una mitad de esas gentes, que
además padece mayor abandono, a pesar de ser quienes, desde el cuidado, tanto
de la tierra como de las personas, han sacado adelante en condiciones duras,
ese espacio rural que tantas veces se ve con un halo falsamente bucólico y
apacible. Son las mujeres; mayores, jóvenes, niñas…cargadas de obligaciones, colmadas
de trabajo, de responsabilidades, de servidumbres… compartiendo todas, esos
lastres, todas, esos fardos. Con historias y luchas comunes, por la vida, por
su propia emancipación y la de sus pueblos, sus campos, sus territorios.
Como afirman
en el Manifiesto de las Mujeres de la
Vía Campesina: “Unidas ante el
imperativo ético y político de defender el derecho a la alimentación, la
agricultura campesina, la defensa de la biodiversidad, de nuestros bienes
naturales y la lucha por poner fin a la violencia en todas sus expresiones,
agudizada ante este sistema económico capitalista y patriarcal.”
La defensa de la tierra, de los territorios, la petición de justicia y dignidad es lo que acompaña a la vida en el rural y, con ello, el intento de lograr la soberanía alimentaria. Batallando día a día por esa defensa de la tierra, contra el saqueo y la devastación que provoca el capitalismo, solo preocupado por hacer girar la rueda del mercado, -oferta y demanda- como fin último y absurdo.
A pesar de
que nunca fueron fáciles las condiciones de vida en el mundo rural; con la
situación actual, cada vez es mayor la agresividad, produciéndose profundos
cambios en las condiciones de vida en comarcas y regiones enteras que quedan a
merced de una sobreexplotación de suelos, aguas, minerales y recursos que se
requieren para abastecer a las ciudades de todo el mundo. Ciudades que no paran
de crecer y consumir territorio a su alrededor. La invasión del capitalismo
hacia el campo y la apropiación de las multinacionales de los sistemas
agroalimentarios han llevado a que millones de campesinas se hayan incorporado
a un trabajo alienante y embrutecedor en grandes extensiones de campos también
explotados por encima de sus capacidades y han acabado provocando
desplazamientos forzados, pérdidas de tierras y fuertes procesos migratorios.
Hacer frente
a esta realidad del capitalismo desaforado, que nos oprime a todos, pero que se
ceba especialmente en las zonas rurales y más especialmente aún, en la mitad de
la población rural que son las mujeres, vitales y esforzadas, constituye un
objetivo fundamental de lucha y reivindicación a lo largo y ancho de las
tierras degradadas en todo el planeta.
La brecha en
la distribución de las riquezas no ha parado de crecer, presentando los
sectores rurales un panorama desalentador con altos niveles de indigencia, y siendo
las mujeres las que sufren los efectos más dramáticos. Porque también genera y
perpetúa desigualdad, que hombres y mujeres no accedan a la propiedad de la
tierra en igualdad de condiciones, siendo éste un objetivo fundamental para
superar la pobreza y la discriminación. Suponer, además, que el acceso a la
tierra se debe lograr a través del mercado y como propiedad individual, está
lejos de representar las aspiraciones de las mujeres rurales y campesinas en
muchos lugares.
Terminar con
estas indignas desigualdades debe ser una lucha permanente, que los gobiernos y
los parlamentos del mundo deben tener en cuenta al legislar y aprobar leyes,
para garantizar una vida digna para las gentes del campo y sus comunidades. Esto
en cuanto a derechos de las personas a tener condiciones de vida digna. Pero es
que garantizar esto, implica algo fundamental que el sistema económico
desprecia: mantener las condiciones que permiten la vida.
En relación
al estado de la Tierra para permitir esas condiciones, sabemos que, desde hace
unos 12.000 años, se ha caracterizado por unas temperaturas medias
relativamente facilitadoras de la vida, disponibilidad de agua dulce líquida en
abundancia y de ciclos biogeoquímicos con unos rangos estrechos de fluctuación
que además son predecibles. Ha sido este
estado del sistema Tierra –y no el sistema económico que lo explota- el que ha
proporcionado unas condiciones adecuadas para que se diera el desarrollo de la
civilización humana al nivel alcanzado en nuestros días.
Es hora ya
de que asumamos los límites planetarios,
que hay un techo de recursos que cada año agotamos mas rápido, y no solo eso,
también que hemos disfrutado de un Estado
del planeta facilitador de la vida y
del que somos dependientes. Traspasados los límites, cruzaremos umbrales en
que probablemente deje de serlo.
El
funcionamiento del sistema Tierra, a nivel global, es el de un sistema
complejo, en el que los estados de equilibrio son transitorios. Esto supone que,
una vez superado determinado rango de interferencia, la evolución no será
lineal y saltará a un nuevo estado transitorio de equilibrio, también metaestable
y no predecible o difícilmente predecible. En este punto es en el que estamos,
con la incertidumbre evidente que implica para los sistemas vivos.
Con esta
situación evidenciada por el IPCC en sus informes, deberíamos estar poniendo en
marcha modelos de agricultura que sean resilientes y estabilizadores de los
ecosistemas agrarios.
Y de lo global, a lo que atañe a la política continental mas cercana. En
Europa, la PAC (Política Agraria común) debe ir encaminada a promover la
agricultura de pequeñas y medianas productoras que trabajan y viven en el
campo, y fomentan la agroecología, los bienes comunes y la soberanía
alimentaria. Es el tipo de agricultura que nos hará menos dependientes de los
bienes y alimentos que nos llegan de lugares del mundo globalizado, ya muy
degradados por actividades de las grandes corporaciones. Con ello se mejorará,
no solo la vida de las agricultoras europeas y las comarcas rurales que ellas
mantienen, sino que permitirá no derivar las consecuencias de los grandes
movimientos de mercancías del agronegocio, que perjudican tanto en Europa como
en el resto del mundo.
Además, proponiendo el cambio en la manera de nombrar las políticas a
promover, por ejemplo, hablando de PAAC (que sería la Política AgroAlimentaria Común) cambiaremos el paradigma y
pondremos el foco en la capacidad de autoabastecimiento, de soberanía
alimentaria y de garantizar la producción de alimentos saludables, en lugar de
en un sistema agrario deslocalizado, con repercusiones dentro y fuera de
nuestras fronteras. Ser conscientes de que lo que nos alimenta, no debe
tratarse como una mercancía que genera beneficios en mercados financieros. Y es
que hay agricultoras en zonas del planeta que se ven obligadas a dedicar sus
territorios a producir para exportar degradando y perdiendo sus tierras. Y por
tanto no pudiendo garantizar su propia alimentación y subsistencia.
Con este necesario cambio en la concepción de las políticas agrarias,
además de alcanzar objetivos de bienestar en las agricultoras (y agricultores)
europeas, se podrán obtener esos mismos beneficios en los explotados por el
agronegocio allende nuestras fronteras, evitando que malvendan su soberanía
alimentaria y territorial y con ello mitigando los grandes flujos migratorios
derivados. Eso implica combinar las políticas europeas con Tratados
Internacionales acordes. Y es evidente que ello, aunque deseable y necesario
para nuestro futuro común, supone ponerle freno a los Tratados de Libre Comercio y eso significa una guerra desigual con
el poder económico y financiero global.
En Ecologismo de Emergencia el 2 de febrero 2019
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