Interés social y ecológico de las Ecoaldeas: el caso de El Calabacino
El
Calabacino es
una aldea situada en el término municipal de Alájar, provincia
de Huelva. La localidad llegó a contar con entre 600 y 700 habitantes en
el siglo XIX, pero fue perdiendo población de forma progresiva a lo largo
del siglo XX hasta quedar completamente abandonada, situación en la
que permaneció muchos años.
El estado en
el que aún se conserva la naturaleza en esta área, hizo que fuese uno de los
primeros lugares en España donde germinó el movimiento neorrural, fenómeno de migración desde las áreas urbanas
a zonas rurales. Se inició en la década de los años 60 en Europa Occidental y
Norteamérica al abrigo de movimientos contraculturales y del famoso mayo del
68.
El municipio
de Alájar vio cómo sus tres aldeas recibían la visita de personas
procedentes de otros lugares de España, e incluso de otros países, que llegaban
para quedarse. Fue una migración no por causas económicas sino generada por la
búsqueda de entornos abiertos, tranquilos, menos contaminados y con una cierta
calidad paisajística. En España, fue en la década de los 80 cuando se inició
este retorno rural, con la clara convicción por parte de los que llegaban, de
que la vida en el campo es mejor que en las ciudades.
Las personas
que llegan son de muy variado tipo, aunque destaca gente joven, con hijos, que
provienen de áreas urbanas y desean vivir en el campo, o bien personas con
profesiones y modelos de vida que se desenvuelven mejor en un entorno rural, en
contacto con la naturaleza.
Aldeas
prácticamente abandonadas, como El Collado, o abandonadas del todo, como era el
caso de El Calabacino, han sido pues, repobladas desde esa perspectiva de
vuelta a la naturaleza de gentes de la ciudad. El caso más excepcional lo constituye
El Calabacino, una aldea de las más antiguas de la comarca, que, tras
despoblarse y quedar completamente vacía, no volvió a tener vida hasta finales
de los setenta. Sus nuevos pobladores, gentes dedicadas a la artesanía o el
arte y que buscaban la autosuficiencia, en un primer momento actuaron
como okupas de las casas
abandonadas, pero posteriormente se fueron integrando progresivamente en el
municipio de Alájar, adquiriendo la propiedad de las viviendas.
Un hecho
habitual en las ocupaciones rurales, es que se hacen generalmente en terrenos
estatales, porque los resortes de la administración pública son más lentos, y
porque puede solventarse el problema con una concesión del pueblo a sus
ocupantes, siempre que exista un compromiso de rehabilitación de las viviendas
en unas condiciones de respeto por la estética tradicional. Casos de este tipo
se han dado, por ejemplo, en varios pueblos de Huesca.
En El
Calabacino, se ocuparon viviendas en verdadero estado de ruina. Con el tiempo,
esas casas se han ido adquiriendo por parte de sus ocupantes, que actualmente
son propietarios en su inmensa mayoría. En los últimos veinte años, esta aldea
ha sufrido una auténtica transformación, puesto que se han recuperado viviendas
que estaban a punto de desaparecer, y en otros casos, se han construido algunas
nuevas. Casi todas mediante técnicas de bioconstrucción respetuosas con el
entorno.
Lo que hay
en esta zona de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche, por tanto, es una ecoaldea, lo que implica que sus
habitantes comparten una filosofía común, donde está muy presente la idea de la
sostenibilidad de los recursos, la ecología, la relación con la tierra y el
entorno social, alcanzando un alto grado de autosuficiencia. Por eso no
entienden que se les pueda imputar un delito medioambiental cuando lo que
defienden es precisamente, el medio rural y la conservación del entorno
natural. Pertenecen a la Red Mundial de
Ecoaldeas.
De los 114
habitantes —40 de ellos niños— en el municipio de Alájar, de momento
cuatro vecinos han sido imputados por edificar viviendas que la Fiscalía de
Medio Ambiente considera ilegales por estar edificadas sobre suelo protegido
del corazón del paraje natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche. En un
escrito de acusación, el Ministerio Público solicitaba dos años de prisión,
multa de 5.800 euros y la demolición de una casa para uno de los matrimonios
que habitan en El Calabacino, que tiene dos hijos de tres y cinco años. Sorprende
lo desproporcionado de estas medidas y que se vaya por la vía penal contra el
vecindario, asentado en la zona desde 1979, cuando resulta evidente que no han
actuado como los especuladores que en tantas ocasiones han generado pelotazos
urbanísticos sin cuento.
Es cierto que
en la zona se han construido casas fuera de la normativa urbanística y de la
LOUA, pero también lo es, que habitar en la aldea y desarrollar las actividades
artesanas y de huerta para autoabastecimiento es perfectamente compatible con
la protección que requiere un espacio protegido como el de la Sierra de Aracena
y Picos de Aroche. Por ello somos muchas las personas que cuestionamos la
pretensión de imputar delito ambiental a un núcleo de población que lo que hace
es contribuir al mantenimiento y recuperación de los elementos históricos,
culturales y ambientales que integran el paisaje, como caminos reales,
empedrados y veredas, manantiales… Muchos de ellos, elementos del patrimonio
histórico que no se conservarían sin su presencia. Además, por su particular
tipología social y arquitectónica han propuesto concretar un Proyecto de Hábitat Rural Diseminado como de Interés
Social y Ecológico y que así sea contemplado en el PRUG del Parque.
El reto que
en este siglo XXI enfrentamos es, precisamente, volver a establecer un vínculo
estrecho de los asentamientos urbanos con su territorio, en interacción
responsable. Y en ese reto la ecoaldea de El Calabacino puede aportarnos muchas
enseñanzas.
La LOUA
unifica criterios para todo el territorio andaluz, cuando las realidades son
absolutamente diferentes a lo largo de toda nuestra tierra. Este factor está
forzando a la consideración específica del urbanismo en las zonas rurales y de
montaña.
Pareciera
que la Junta de Andalucía concibe los parques naturales como un espacio donde
el hombre no tiene cabida, cuando son zonas donde la actividad humana está
permitida dentro de unos usos razonables que no pongan en peligro sus valores
naturales. Con estas decisiones desde la Delegación de Medioambiente se penaliza
el retorno a la vida rural, cuando el problema que encaramos en estos tiempos
es precisamente el despoblamiento rural.
La presencia
de este medio centenar de familias en El Calabacino es primordial para su
entorno. De hecho, sus altos índices de natalidad y la escolarización de esos
niños han permitido que siga abierta la escuela de Alájar, por ejemplo. Estas
edificaciones no crean perjuicio a su entorno; bien al contrario, están dando un
buen ejemplo del camino a seguir para repoblar zonas rurales vacías.
Publicado en
Ecologismo de Emergencia el 20 de enero 2018
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