Senderos de transición en agricultura
Es un hecho
que debemos disminuir nuestra desbocada huella ecológica. Nuestra
actividad productiva es una de las causas de esa huella. Producir implica
extraer recursos, transportarlos, transformarlos, distribuirlos, consumirlos y
gestionar los residuos que se van generando de todos estos pasos.
Desmaterializar la producción, como pretenden algunos economistas, para
desligar el crecimiento económico, de recursos físicos, es en muchos casos
imposible. La producción de alimentos no se puede desmaterializar y es una
actividad que se desarrolla en buena parte de la tierra emergida, según datos
de la FAO, un 38 % de ésta. Este porcentaje incluye tanto pasto para producción
animal, más del 60%, y lo que sería tierra cultivada, propiamente. El paisaje
agrario ha sido el fruto de una larga relación entre la humanidad y el
territorio. Ese paisaje es la manifestación visible de un recurso de naturaleza
híbrida que tiene un sustrato físico y otro eminentemente cultural y localizado.
Este tipo de relación todavía existe y da de comer, al menos al 50% de los
seres humanos, según estimaciones bastante contenidas. Entraría dentro de la
categoría de la agricultura de subsistencia. Una modalidad de
agricultura que en nuestro marco europeo ya no existe. Nuestro modelo, de país
rico, es resultado de los cambios producidos a partir de mediados
del pasado siglo y que generó la llamada revolución verde. Esta
revolución ha logrado incrementar la producción por superficie a costa del
incremento significativo del uso de insumos como fertilizantes, fitosanitarios,
energía, maquinaria y de la mejora genética. Es un modelo que ha acabado
simplificando mucho la forma de producir alimentos. La producción se
industrializa, deslocaliza, y se des-territorializa culturalmente. El
agricultor ya es empresario agrícola especializado en uno o muy pocos cultivos
y el alimento pasa a ser un producto más que cotiza en mercados financieros.
Este sistema encaja muy bien en el mercado y externaliza los costes ambientales
que se traducen en un deterioro evidente de los agroecosistemas naturales
porque se consume más energía física que la que contiene el alimento.
Podemos
concluir, -excluyendo la agricultura de subsistencia, que aún se mantiene en
muchos lugares- que hemos pasado de un modelo de producción de
alimentos a otro de producción de mercancías comestibles". Y es la
reversión de esta situación la que debemos abordar con urgencia. Es realmente
urgente invertir en una agricultura resiliente, clave para garantizar la
soberanía alimentaria, especialmente por el importante rol que juega la
agricultura en la mitigación y adaptación al cambio climático.
Los tres
recursos más amenazados a nivel global por la actividad agrícola, son: agua,
suelo y biodiversidad. En relación a ellos, unos apuntes:
Agua -> Se debe ir a
un consumo ajustado a la disponibilidad real. El principal consumidor, por
encima del 70- 80 % de todo el consumo de agua, corresponde al regadío. A pesar
de que muchas cuencas hidrográficas son deficitarias, el regadío sigue
creciendo. Las modernizaciones de regadío, en general, no reducen el consumo.
Ese consumo de agua por encima de las disponibilidades conlleva
sobreexplotación y salinización de acuíferos, desecación de lagunas y zonas
húmedas, pérdida de biodiversidad…
Suelo
-> Hay que
tomar medidas para evitar las toneladas de tierra fértil que se pierden cada
año por las prácticas de cultivo a suelo desnudo. Y pérdida de suelo fértil por
el urbanismo. Esta pérdida por el urbanismo desaforado es aún más grave que la
pérdida por erosión. Nuestro modelo de desarrollo y de ocupación del territorio
ha supuesto la destrucción de muchas hectáreas de nuestros mejores suelos
(Vegas, litoral). Entretanto, no existe una figura de protección para los
suelos agrarios. Desde el punto de vista social, económico y medioambiental, es
una aberración.
Pérdida
de biodiversidad -> Se ha perdido a lo largo del Siglo XX más del 90 % de la
biodiversidad agrícola. En los años 60 y primeros 70, se localizaron 368
variedades de melones cultivadas en España. Hoy hay 10 o 12 variedades nada
más. Se han perdido cientos de variedades de frutas, de hortalizas. Lo mismo
con las razas ganaderas. Eso nos hace mucho más frágiles frente a incidencias
como plagas, enfermedades o frente al cambio climático.
Asimismo,
hay un problema en cuanto al crecimiento de la ciudad, y es que ha desplazado
del suelo urbano la mayor parte de las actividades relacionadas con la
Producción de Alimentos. Desde una perspectiva global, la producción de
alimentos es uno de los retos que debemos afrontar en las dos próximas décadas
según todos los informes FAO y publicaciones internacionales. La soberanía y
seguridad alimentarias también son importantes en las ciudades ya que en es en
ellas donde vivimos y viviremos la mayor parte de la población mundial. Se hace
necesario fomentar la agricultura urbana en todos los distritos y barrios de
las ciudades. Este puede ser un elemento de socialización, educación, activismo
o de subsistencia, como ocurre en algunas áreas urbanas del país más rico del
mundo, donde estos huertos sirven para combatir los "Food Desert"
(desiertos de alimentos frescos). Una relocalización de la producción implica
conservar, cuando no recuperar y potenciar la agricultura periurbana.
Es
importante que nuestros hijos se acostumbren a ver y cuidar jardines
comestibles. Es importante que tomemos conciencia de lo importante de la
producción de alimentos a nivel local y la importancia de lo que se obtiene con
ello: se limita la pérdida de suelo, su impermeabilización y el gasto en
energía fósil relacionado con la producción de alimentos deslocalizada, se
fomenta la economía local…, y se disminuyen las huellas ecológica e hídrica de
nuestras ciudades.
La
estrategia debería ser consensuada y la planificación debería realizarse para
el medio y largo plazo. Con medidas que protejan a los pequeños agricultores,
porque hace ya tiempo que se constata la destrucción de la agricultura
familiar. El número de explotaciones ha descendido (23,2% entre censo y censo
1999/2009) y sigue descendiendo. Así como se constata una grave pérdida de
patrimonio cultural, construido, etc... Parte de las inversiones en infraestructuras
agrarias y modernización de explotaciones debieran ir hacia ellos y no
mayoritariamente al regadío (infraestructuras) e inversiones en maquinaria y
otros. Esto es así porque es más fácil, visible y rentable electoralmente,
hacer infraestructuras y comprar tractores que dinamizar proyectos de Grupos
de Desarrollo Rural con vistas a conseguir un sistema de
producción más sostenible y resiliente. En Andalucía, los niveles de
desempleo en los municipios rurales son superiores al 50%. Y se precisa una
política activa contra el despoblamiento. Y también una política
estratégica frente al cambio climático y de conservación del patrimonio natural
y la biodiversidad. Y estas estrategias se suman.
Todo esto
que planteo, implica debatir, convencer y establecer "senderos de
transición". Con Planes de Desarrollo Comarcal participativos basados
en el "capital territorial" de cada zona (capital natural + capital
construido + capital humano + capital social).
¡Iniciemos
el tránsito!
Publicado en
Ecologismo de Emergencia el 13 de octubre 2017
https://blogs.publico.es/ecologismo-de-emergencia/2017/10/13/senderos-de-transicion-en-agricultura/
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